¿Gana, o pierde Cataluña con la independencia?
Reflexiones tras la Diada de Cataluña.
Un día después de la impresionante manifestación de Barcelona en el día de la Diada, toca encontrar las razones que han llevado al País en su conjunto, pues sus consecuencias tanto afectan a Cataluña como al resto de España, y que tienen que ver con asuntos que no han encontrado encaje en la Constitución de nuestro País y en el resto de su legislación, la cual ha aportado a este tema mas conflictos que soluciones. Hablamos de situaciones de aspiraciones nacionalistas que van desde la participación de las Selecciones en los torneos internacionales, a los de reconocer su capacidad para decidir sobre el destino de sus recursos -una fiscalizad independiente-, o una legislación propia que no esté sometida a la Constitución Española y a las Leyes Orgánicas.
Y la gran pregunta es: ¿Como se ha podido llegar hasta aquí? dado que este es un problema político de gran envergadura, la respuesta está en los políticos. El primer encaje de los países secesionistas en la Nación Española, se lo dieron los políticos de la transición que elaboraron nuestra Constitución y las Leyes Orgánicas como normas vertebradoras del Estado de las Autonomías. Este primer encaje nos proporcionó un tiempo precioso para el arranque de una pseudonueva Nación - si bien no era nueva, si era diferente- en el mundo, pero conociendo todo el mundo desde el principio de que las aspiraciones de catalanes, vascos y gallegos, no fueron todas satisfechas, y permanecieron latentes en el anhelo de los ciudadanos hasta el día de hoy.
Los problemas ocasionados por la actual crisis, con los recortes, las pérdidas de derechos, el aumento del paro, la pérdida de calidad de vida, en definitiva, el empobrecimiento de las familias, son caldo de cultivo para el aumento de la insatisfacción generalizada, y de su focalización hacia la búsqueda de nuevos caminos para encontrar salidas al problema, y de nuevo aparece la idea de que "mejor solos que con España", y esto se piensa o se dice sin tener idea de lo que podría pasar en el caso de que Cataluña decidiera caminar sola e independiente de España por el mundo, de cuales podrían ser las consecuencias para los catalanes y para los españoles.
Sobre este particular, hay publicados algunos estudios mas o menos elaborados sobre esta cuestión, de los que unos concluyen en una dirección y otros en la contraria.
Tras esta introducción, traigo a este rincón uno de estos estudios publicados hace dos años, y que hoy adquiere enorme vigencia y que todo el mundo debería conocer para que se sepa de que se está hablando en el fondo, y sí pueda valorar sus enormes consecuencias, pues al final de todo el proceso, y esperemos que este sea negociado y consensuado entre las partes, todo ello se decidirá por medio del voto, ósea que mas vale que nos vayamos preparando.
El articulo analiza sobre datos económicos las consecuencias que acarrearía la secesión de Cataluña del Estado Español
Tribuna/Tribuna libre
Economía de la
secesión: el caso de Cataluña
Por Mikel Buesa, martes, 05 de
enero de 2010
Catedrático de
Economía Aplicada en el Departamento de Economía Aplicada II de la Universidad
Complutense de Madrid, donde desde 2006 dirige la Cátedra de Economía del
Terrorismo. Además de sus libros, entre sus trabajos destaca el ensayo
"Economía de la secesión: Los costes de la 'No-España' en el País Vasco",
un análisis de las implicaciones económicas de una hipotética independencia del
País Vasco.
La aparición de nuevos Estados independientes ha
suscitado, durante la última década, el interés de los economistas, dando lugar
a importantes aportaciones en dos terrenos netamente diferenciados entre sí. El
primero, que se deriva de la observación de los procesos de descolonización que
tuvieron lugar durante la segunda mitad del siglo XX, alude al tamaño de las
naciones y, más concretamente, a las posibilidades que se abren para las más
pequeñas dentro de una economía globalizada en la que las barreras al comercio
se hacen cada vez más pequeñas, multiplicándose así las posibilidades de acceso
a los mercados internacionales. Unas posibilidades que, como han mostrado
Alberto Asesina y Enrico Spolaore, se concretan en el aprovechamiento de las
ventajas de la especialización bajo unas condiciones en las que la obtención de
unos costes reducidos a través de una gran escala de producción no se subordina
a la dimensión del mercado interno. Y, así, el tamaño de la nación deja de
influir sobre la oportunidad de alcanzar unos buenos resultados económicos. En
otras palabras, la globalización abre la viabilidad económica de la emergencia
de nuevas naciones de extensión limitada.
Y el segundo es el que se refiere a los casos de
secesión en los que la constitución de los nuevos Estados es el resultado de la
desmembración de las viejas naciones, lo que conlleva la aparición de barreras
comerciales donde antes no existían, dando lugar al que llamamos efecto
frontera. Este concepto —que fue acuñado por los profesores McCallum y
Helliwell en Canadá, a raíz de sus estudios sobre las consecuencias económicas
de una eventual independencia de Quebec— se refiere a los costes que, para
comerciar, se derivan de la existencia de fronteras y que se manifiestan en el
hecho de que el intercambio de mercancías y servicios es mucho más fácil en el
interior de cada país que con el exterior, aun cuando no existan aranceles.
Este efecto frontera refleja así la idiosincrasia común de las regiones
interiores de cada nación, a la vez que su diferenciación con respecto a los
demás países, lo que hace que la intensidad de los intercambios internos sea
muy superior a la de los exteriores. Su papel es, por tanto, el mismo que
ejercen los aranceles, de manera que actúa como un poderoso mecanismo de
protección.
Pues bien, este mecanismo de protección, según
han mostrado los acontecimientos, puede reducirse drásticamente e incluso
llegar a desaparecer cuando la secesión irrumpe como un fenómeno políticamente
traumático que destruye la base común de algunos países. Concretamente, los
estudios que se realizaron acerca de las viejas repúblicas soviéticas, de
Yugoslavia o de Checoslovaquia, a raíz de su escisión, señalan que el efecto
frontera registró una caída de entre tres y cinco veces, dando lugar así a una
fuerte disminución de los intercambios y, por ende, del Producto Interior
Bruto. Dicho en otros términos, los procesos de secesión dieron lugar a la
aparición de fronteras económicas donde anteriormente no existían, erigiéndose
así las mismas barreras que anteriormente sólo operaban con respecto a los
mercados exteriores.
La secesión de Cataluña.
En Cataluña la idea de la secesión, aunque
cultivada durante mucho tiempo por el nacionalismo, no ha tenido una plasmación
real en la política práctica hasta muy recientemente cuando, con ocasión del
proceso de aprobación de su nuevo Estatuto de Autonomía en 2006, los partidos
nacionalistas dieron un giro a sus reclamaciones de autogobierno para exigir la
independencia. Fruto de ello han sido los refrendos informales convocados, por
el momento, en 167 municipios catalanes para solicitar un pronunciamiento
directo acerca de ese asunto —con resultados ciertamente mediocres, a pesar de
su manipulación al haberse admitido el voto de los menores de edad y de los
extranjeros residentes, pues ni siquiera una cuarta parte de los ciudadanos se
ha manifestado favorable a la independencia—.
Pero, más allá del planteamiento político
secesionista, nos interesa destacar aquí que también ha habido, en este asunto,
una argumentación económica cuyo mejor exponente se encuentra en el reputado
académico Xavier Sala i Martín. En ella se acude básicamente al argumento
referido al tamaño de las naciones, rechazándose la importancia del efecto
frontera y, por tanto, de las relaciones comerciales preferentes dentro del
ámbito nacional español. Sala i Martín, primero en una conferencia que
pronunció en Omnium Cultural en 1998, y más tarde en otra
organizada en 2001 por la Fundació
Catalunya Oberta, lo expresó muy claramente: «la evolución de la
economía mundial hace que el beneficio de formar parte de un Estado como el
español se esté desvaneciendo rápidamente … ya que, en un mundo sin proteccionismo
económico, los mercados y la dependencia política son dos cosas totalmente
independientes». Sin embargo, es justamente la cuestión del efecto frontera la
que más interesa, pues al menos en el corto y el medio plazo, como más adelante
se verá, sus consecuencias, en el caso de secesión, pueden llegar a ser
devastadoras. Sala i Martín lo admite de manera implícita cuando señala que «si
la Unión Europea garantizara que una Cataluña independiente no tendría ningún
problema para seguir siendo miembro de la Unión, el proceso de independencia
sería más sencillo y, sobre todo, más deseable». Y también lo han visto así los
promotores de los refrendos independentistas cuando, al pedir el
pronunciamiento de los electores, se alude al marco europeo y se pregunta:
«¿Quiere que la nación catalana se convierta en un Estado de derecho,
independiente, democrático y social, integrado en la Unión Europea?».
Es evidente que los nacionalistas catalanes, como
anteriormente hicieron los vascos con ocasión de la discusión del Plan
Ibarretxe, tal como he mostrado en mi libro sobre la Economía de la
Secesión, fían la viabilidad de su proyecto independentista
a la estabilidad que, para las relaciones económicas y comerciales,
proporcionaría la permanencia de las regiones segregadas de España dentro de la
Unión Europea, pues en tal caso no existiría, con la secesión, ningún cambio
institucional que pudiera afectarlas. Pero este supuesto es muy poco realista
debido a que la UE está integrada por los Estados que, en el curso de su
formación, se han ido adhiriendo a ella y que, previamente, han sido aceptados
unánimemente por todos sus miembros. Además, sus tratados constitutivos no
contemplan la posibilidad de que cualquiera de los territorios que forman parte
de los Estados miembros pueda separase de ellos, con lo que el Estado que
surgiera de una operación de este tipo quedaría apartado de la UE, tal como
ocurrió en el caso de Argelia cuando, en 1962, accedió a su independencia.
Por consiguiente, si Cataluña o cualquier otra
región europea se constituyera en un Estado independiente y quisiera formar
parte de la UE, entonces tendría que negociar su adhesión y cumplir los
requisitos que la Unión exige a sus miembros. Y lo mismo puede señalarse con
respecto a la Unión Monetaria Europea, donde la integración es aún más
exigente. Ello significa que ese nuevo Estado tendría que asumir un largo
proceso de negociación que, en ningún caso, podría durar menos de cinco años y
que, muy probablemente, siempre que hubiera la requerida voluntad política en
todas las partes, sería superior a una década.
En estas condiciones, la aparición de fronteras
sería inevitable y, con ellas, surgirían las trabas al comercio de bienes y
servicios, a la movilidad de los capitales y también a la de las personas, con
los costes que todo ello conlleva para la economía. De tales costes, sin duda,
los más relevantes son los referidos a las transacciones comerciales, por lo
que a continuación me referiré a ellos.
El coste de las fronteras para Cataluña.
Cataluña es una región estrechamente vinculada al
mercado nacional español y al mercado común europeo. Así, en 2008, según datos
del Institut d’Estadística de Catalunya (Idescat), sus exportaciones
—que sumaron un total de 150.050 millones de euros, lo que equivale al 69,2 por
100 del PIB regional— se orientaron en un 56,4 por 100 hacia las demás regiones
españolas, en un 23,9 por 100 a los otros países de la Unión Europea y en sólo
un 19,7 por 100 al resto de los mercados mundiales. En cuanto a las
importaciones catalanas —cuyo valor fue de 143.346 millones de euros (66,1 por
100 del PIB)— se puede señalar que su procedencia fue en un 43,9 por 100 del
resto de España, en otro 31,5 por 100 de los países comunitarios y en un 24,6
por 100 del resto del mundo. Estas cifras señalan que Cataluña obtiene
actualmente un superávit comercial equivalente al 3,1 por 100 del PIB. Sin
embargo, no debe obviarse que esta cómoda posición comercial es el resultado de
un importante superávit en las relaciones con el resto de España —que equivale
al 10,0 por 100 del PIB— y de sendos
déficits en los intercambios con los países de la UE y del resto del mundo —que
se cifran, respectivamente en el –4,3 y –2,6 por 100 del PIB—.
En esta situación, la aparición de fronteras
entre Cataluña y las demás regiones españolas, así como con los países
comunitarios, fruto de su secesión, tendrá que tener, necesariamente, alguna
repercusión sobre sus intercambios comerciales. En efecto, la constitución de
una frontera implica, por una parte, la aplicación de los aranceles protectores
del mercado interior europeo —en nuestro caso, la Tarifa Exterior Común
que, dada la estructura del comercio exterior de Cataluña, supone una carga del
5,7 por 100 sobre los precios de sus exportaciones y, supuesto un tratamiento
reciproco, del 4,9 por 100 para sus importaciones—. Por otra, existen costes de
transacción derivados de la tramitación aduanera de las operaciones
comerciales, la inspección de las mercancías, la obtención de licencias, el
riesgo del tipo de cambio —dado que Cataluña, al quedar fuera del área del
euro, seguramente adoptaría una divisa propia— y otros elementos; unos costes
que, siguiendo las evaluaciones de la OCDE para los países desarrollados, se
pueden estimar en una carga equivalente sobre los precios del 13 por 100. Y a
ello se le añadiría un descenso importante de la intensidad de los intercambios
con España al caer el efecto frontera al que antes he aludido. Esto
último es difícil de valorar, pero si se tiene en cuenta la experiencia
internacional ya referida, podría aceptarse la hipótesis de que, como mínimo,
ese efecto se reduciría a la mitad, con lo que la intensidad de tales
transacciones pasaría de 22 a 11 veces, lo que resulta equivalente al efecto de
un arancel adicional del 26 por 100.
Con estas previsiones, se puede conjeturar que
las exportaciones catalanas al resto de España experimentarán un aumento de
precios del 44,7 por 100; y las que se orientaran a los países comunitarios,
del 18,7 por 100. En el caso de las importaciones, esos incrementos serán del
43,9 y el 17,9 por 100, respectivamente. Pues bien, si se tiene en cuenta la
sensibilidad de la demanda a los precios, los cálculos correspondientes —sobre cuyo
detalle me he extendido en otro lugar-- conducen a estimar
que la reducción de las exportaciones de Cataluña hacia España alcanzará una
cifra de 49.209 millones de euros; y hacia los demás países de la Unión
Europea, de otros 8.730 millones. Ello hace un total equivalente al 26,7 por
100 del PIB actual de la región, con lo que el efecto de la secesión a medio
plazo será una importante caída del producto real y, por tanto, un
empobrecimiento de su población. De esta manera, el PIB per capita de
los catalanes pasará, con la independencia, de los actuales 29.457 euros
anuales a 21.592, una cantidad ésta inferior a la media española —que es de
24.020 €—. Cataluña dejará de ser, entonces, una de las regiones punteras de
España para pasar a ser un país independiente cuya renta por habitante será
similar a la de Grecia, Eslovenia o Chipre.
Y si se trasladan estas estimaciones al cálculo
de los saldos exteriores, se llega a la conclusión de que el déficit comercial
de Cataluña con los países de la UE y con el resto del mundo ya no podrá
compensarse con un superávit con respecto a España. En efecto, con la
independencia todos los saldos se volverán negativos: –10.864 millones de € con
España, –13.136 millones de € con los demás países de la Unión Europea y los
actuales –5.813 millones de € con el resto del mundo. En total un déficit en el
comercio de bienes y servicios de –29.813 millones de € que equivaldrán al 18,8
por 100 del PIB de Cataluña, una vez descontada la caída de la producción antes
mencionada. En definitiva, Cataluña puede pasar a ser la nación independiente
más deficitaria del mundo, siempre que encuentre algún país o países que asuman
el riesgo de financiar una cifra semejante, literalmente insostenible, pues, si
no es así, entonces la crisis de la economía catalana será aún más profunda que
la ya descrita y los habitantes de Cataluña se empobrecerán aún más de lo que
se ha señalado.
El Estado catalán.
La independencia nacional implica la necesidad de
constituir un Estado y desarrollar las competencias que le son propias, tanto
las clásicas —administración de justicia, defensa, obras públicas y relaciones
internacionales— como las vinculadas a la preservación de bienestar —educación,
seguridad social, asistencia a los desfavorecidos y prestaciones de desempleo—,
así como las relacionadas con la intervención en ciertos ámbitos de la economía
sujetos a fallos del mercado. Para el nacionalismo catalán la creación de un
Estado propio se vincula a la cuestión de la balanza fiscal, de manera que el
déficit que ésta presenta con respecto al resto de España —que, en palabras de
Sala i Martín, se califica de «exagerado»— se verá automáticamente corregido y
los catalanes podrán disponer para sí mismos de los correspondientes recursos.
Sala i Martín lo señala con nitidez: «Cataluña podría dedicar entre el 8 y el
10 por 100 de su PIB, que ahora paga en concepto de déficit fiscal, a hacer
infraestructuras y al gasto social para los catalanes», y ello tendría como
consecuencia que «nuestros empresarios verían que sus beneficios serían muy
superiores, … nuestros trabajadores verían que sus salarios serían de los más
altos de Europa … (y) nuestros consumidores verían que su poder adquisitivo
podría haber sido un 70 por 100 más elevado que el actual».
Esta visión idílica —que tiene un fondo de razón,
pues es cierto que el déficit fiscal existe y que su cuantía, según sea la
metodología empleada para su cálculo, se desenvuelve entre el 6,5 y el 8,7 por
100 del PIB regional, de acuerdo con las estimaciones
publicadas oficialmente por el Gobierno español— debe ser sometida al escrutinio de la aritmética
de los números. Partiendo de esas estimaciones —que se refieren al año 2005— se
puede establecer que, en el caso más favorable, los recursos que los catalanes
ponen para financiar las funciones del Estado se elevan a 46.323 millones de €.
De ellos, 32.483 corresponden a las cotizaciones sociales y el resto —13.840
millones— a impuestos estatales que no revierten en Cataluña. Lógicamente, para
establecer el balance de los recursos financieros que el Gobierno de Cataluña
tendría a su disposición en el caso de la independencia, a las cifras
anteriores habría que sumar los 21.517 millones de € que actualmente
constituyen la financiación autonómica. En total, por tanto el nuevo Estado
catalán podría disponer, según este balance, de 67.480 millones de euros.
Veamos ahora los gastos. Por una parte, las
prestaciones sociales, principalmente las pensiones y los subsidios de enfermedad
y maternidad, suman 30.257 millones de €. El ejercicio de las actuales
competencias autonómicas absorbe otros 21.517 millones. Y la asunción de nuevas
competencias estatales —como el sistema judicial, la defensa, la construcción
de infraestructuras, las relaciones internacionales y la intervención
económica—, estimadas con criterios conservadores y pensando en un Estado más
bien modesto en sus pretensiones, podría llegar a los 6.315 millones de €. En
total, todo ello suma 58.089 millones de € que, confrontados con los recursos
valorados en el párrafo anterior, arrojan un cómodo superávit de 9.391 millones
de €.
Sin embargo, esta cuenta —que cuadra muy bien con
la proyección idílica realizada por Sala i Martín— es poco realista, pues si
bien los gastos —que, por lo general, son muy poco flexibles a la baja— se
pueden tomar como razonables, no ocurre lo mismo con respecto a los ingresos.
Ello es así porque la recaudación fiscal es muy sensible a la coyuntura
económica, de manera que, cuando ésta se tuerce para dar lugar a una caída de
la actividad, entonces la obtención de recursos a través de los impuestos y las
cotizaciones sociales se reduce. A partir de una función que liga el nivel del
PIB de Cataluña con la recaudación fiscal en su territorio, se puede concluir
que, en el caso de que se cumplieran las previsiones de pérdida de actividad
que se han expuesto en el epígrafe anterior —es decir, una caída del 26,7 por
100 en el PIB—, la percepción de impuestos bajará hasta una cifra de 24.391
millones de €. Y, por otra parte, si se tiene en cuenta que el desplome de la
actividad económica se ha de traducir en la pérdida de un poco más de un millón
de empleos —1.022.900 para ser más precisos, según el resultado de una función
que relaciona el número de puestos de trabajo con el PIB—, cabe esperar que la
recaudación por cotizaciones sociales se quede en tan sólo 25.462 millones de
€.
Todo ello significa que, una vez desencadenada la
crisis económica a la que conduce la aparición de fronteras, los ingresos del
Estado catalán acabarán siendo de 49.853 millones de euros, un 26,5 por 100
menos que en el escenario base de estas estimaciones —que, no se olvide, se ha
construido a partir de los datos de 2005—. Esos ingresos habría que
confrontarlos con un gasto igual al de dicho escenario —dada su inflexibilidad
a la baja—, aumentado con las prestaciones por desempleo que cobrarán los
trabajadores despedidos; unas prestaciones cuya cuantía se puede valorar en
9.256 millones de €, totalizándose así un gasto de 67.345 millones. Ello
significa que el prometido superávit fiscal del nuevo Estado independiente de
Cataluña acabará tornándose en un déficit de 17.492 millones, lo que supondrá
el 11,0 por 100 del PIB. La sostenibilidad de este déficit, lo mismo que la del
derivado de las cuentas exteriores antes expuesto, es muy dudosa, por lo que el
Estado catalán tendría que emprender una dura política de ajuste que, en
ausencia de elementos compensadores procedentes del resto de España,
inevitablemente tendrá que plasmarse en una reducción del empleo en las
Administraciones Públicas, los subsidios al sector privado y las prestaciones
sociales —principalmente, las pensiones—.
Conclusión.
Nosaltres Sols!,
tal era el lema de uno de los principales grupos catalanistas que, liderados
por Daniel Cardona i Civil, aspiraban a la independencia de Cataluña allá por
la década de 1930. Nosotros solos es todavía uno de los tópicos
políticos que se sostienen desde el nacionalismo más radical en la Cataluña
actual, desde ese nacionalismo que ha acabado convocando el referéndum de
independencia en más de un centenar y medio de municipios catalanes. Ha
llegado, por tanto, el momento de establecer cuáles podrían ser las
implicaciones de tal soledad para la economía catalana y, por derivación, para
el bienestar de los catalanes. En las páginas precedentes he presentado algunas
estimaciones preliminares que no dejan lugar a dudas: la independencia de
Cataluña, de manera inevitable, conducirá a una grave crisis económica en ese
territorio que reducirá el nivel de vida de sus habitantes y obligará a que,
por el efecto de un déficit insostenible, empeoren los servicios públicos y las
prestaciones sociales que oferten sus Administraciones.
Nada de esto es, sin embargo, novedoso. Y, aunque
no hubiese sido cuantificado, sí fue percibido por algunas de las más preclaras
inteligencias que Cataluña ha dado a España. El profesor de investigación del
CSIC Antonio Cerdá, hoy Consejero en el Gobierno de Murcia, recordó hace unos
años, en un artículo publicado por ABC en 2005, que Joseph Pla, poco
tiempo antes de su muerte, dirigió una carta al Presidente Tarradellas para
pedirle que no se fiara de los políticos nacionalistas. «Apenas sirven para
nada», advirtió Pla para, a continuación, añadir que «el catalanismo no debía
prescindir de España porque los catalanes fabrican muchos calzoncillos, pero no
tienen tantos culos». Pla «no andaba mal encaminado», concluye Cerdá. En
efecto, los resultados que, desde el análisis económico de la secesión, he
presentado en estas páginas así lo corroboran. Pero más hubiese valido que los
sucesores de Tarradellas en el gobierno de Cataluña no nos hubiesen dado
ocasión para comprobarlo.
Artículo publicado en el periódico digital Ojos
de Papel.com
Mi conclusión.
La exacerbación de los conflictos y diferencias entre los políticos de Madrid -poder central- y los de Barcelona -poder autonómico- lo que nos muestra es la incompetencia de estos para negociar y alcanzar acuerdos y soluciones a los problemas que los separan. La generación actual de políticos es incapaz de esto, y está mas en el ansia de tirarse piedras verbales y legales a la cabeza del otro que en buscar y proponer soluciones a los problemas de cada una de las partes. La distancia de los distintos partidos hacia una actitud negociadora para solucionar las aspiraciones nacionalistas es diferente, siendo la mayor de ellas la del actual partido gobernante, plasmada en los numerosos desplantes hacia la Generalitat, su Presidente y Cataluña, que solivianta a sus habitantes, y que amplifica el espíritu independentista mostrado por la manifestación de Barcelona de la Diada 2012, y de la deriva de los partidos nacionalistas catalanes hacia actitudes y propuestas mas radicales en pos de conseguir los objetivos de secesión. Si esto fuera una partida de mus, se entendería como un órdago a la grande, o dicho de otra manera, "¿no queréis negociar un nuevo Pacto Fiscal?, pues ahora nosotros tampoco: queremos negociar la secesión de España". "¿No quieres caldo?, pues toma dos tazas".
La actitud de Rajoy de no hacer frente de inmediato a los problemas dejando que estos se enquisten, de lo que nos ha dado numerosas muestras en el pasado, no es la mejor de las posibles. Lo primero que tiene que hacer es identificar el problema o los problemas, y desde luego el problema no es el solucionar una algarabía, el problema viene de la no solución de aspiraciones profundas e insatisfechas del pueblo catalán, despejar cada una de ellas y encontrar caminos de solución para las mismas es tarea para políticos con mayúsculas, como los que tuvimos en la Transición. Con el mismo espíritu hay que encarar la tarea pendiente. Solo así nos daremos un nuevo tiempo de progreso, juntos o por separado, pero en paz y sin conflictos residuales.
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