¿Tiene capacidad la Justicia Española para acabar con la corrupción? El caso de Italia.

Yo necesité mil palabras para describir la corrupción. El Roto en una viñeta la resume.
Una vez mas, la revista digital Un Espía en el Congreso nos da la respuesta en un excelente artículo recientemente hecho público en su web. En este, se traza un retrato de la situación de la corrupción en Italia en su pasado reciente, retrato que nos sirve de modelo para encontrar similitudes con el estado de este problema en España, y para poder comparar los procedimientos que se están empleando para evitarla y corregirla en sus efectos perniciosos para la salud nuestra economía y de nuestra democracia.

Dice El Espía: Tres economistas españoles, Juan Blanco, Roberto Centeno y Juan Laborda, han coincidido en una cosa, y esta es que para salir del "agujero" económico en el que se encuentra España es necesario un cambio de modelo de Estado que pase por la separación de poderes y la elección popular directa de los mismos y donde el Jefe del Estado sea refrendado por votación. Juan Blanco afirma que la degradación del actual régimen es tal que el nivel de corrupción en España llega incluso a situaciones como la de que "ni siquiera el Rey hace ascos a suculentas comisiones". Así de sencilla es la solución que estos economistas proponen.
Blanco estudió en la London School of Economics, donde obtuvo un título de Master en Economía y lleva muchos años en la Universidad "intentando aprender y enseñar los principios de la economía a las pocas personas interesadas en conocerlos". Gracias a sus muchas lecturas, bastantes viajes y numerosas conversaciones con entrañables y sabias personas, Blanco ha llegado al convencimiento de que "no hay verdadera recompensa sin esfuerzo y de que pocas experiencias resultan más excitantes que el reto de descubrir lo que se esconde tras la próxima colina. Nos encontramos en el límite: es el momento de mostrar la gran utilidad que pueden tener las ideas". Por su parte, Juan Laborda ha sido economista y estratega jefe de varias entidades financieras y ha puesto a España como "ejemplo de Monarquía bananera", mientras que Roberto Centeno es catedrático de Economía de la Escuela de Minas y uno de los más acreditados expertos energéticos españoles por su experiencia: "El gran negocio estará en la oligarquía de un Estado de partidos, desde donde pueden expoliar España impunemente y a gran escala", señala en otro artículo.
En uno de sus últimos textos, Blanco compara lo que ocurrió en Italia con lo que ahora ocurre en España: "ningún augurio le permitía sospechar a Mario Chiesa (47) que su trayectoria vital se torcería radicalmente esa funesta mañana de febrero de 1992. Ni que su caída arrastraría consigo el sistema político instaurado en Italia tras la muerte de Benito Mussolini y la abolición de la monarquíaChiesa se había limitado a representar el acostumbrado libreto, esa rutina de cobrar por otorgar un favor. Pero esta vez iba a ser diferente. El fiscal Antonio di Pietro, alertado por un empresario harto de pagar comisiones, había tendido una trampa al político milanés y lo detuvo infraganti mientras se embolsaba un abultado fajo de billetes destinado a su cuenta suiza", cuenta Blanco.
Pero sería su jefe en las filas socialistas, Bettino Craxi, el principal protagonista, el verdadero detonante de la tremenda explosión. En lugar de arropar a su compañero, apelando a la consabida presunción de inocencia, el arrogante dirigente lo descalificó en público afirmando que era un ladrón, una mancha en el "partido más honrado de Italia". Abandonado a su suerte, Chiesa decidió cantar involucrando a muchos conmilitones, entre ellos el propio Craxi. La bola de nieve comenzaba a rodar. El movimiento de jueces y fiscales, denominado Manos Limpias, fue tirando de los hilos hasta desentrañar unas tramas corruptas que enraizaban en todos los partidos y en todas las estructuras administrativas del país. Tras el telón, las vergüenzas de Tangentopoli, todo un mundo de corrupción, extorsión y financiación ilegal, se mostraban a la vista del público.
"Acorralado por la justicia, Bettino Craxi no negó los hechos. Más bien trató de justificarlos en un ejercicio de banalización del mal. Declaró que su proceder era común a todas las formaciones, la regla general de actuación. Que la corrupción era el coste de la política, el precio que la sociedad debía pagar para mantener una democracia de partidos. Olvidaba que la mayor parte de los sobornos iba directamente al bolsillo de los dirigentes, no a la financiación de gastos electorales. Los jueces citaron a 5.000 sospechosos, imputaron a más de la mitad de los miembros del parlamento, disolvieron 400 ayuntamientos y comprobaron que las grandes empresas pagaban anualmente más de cuatro mil millones de dólares en sobornos. Los partidos tradicionales sufrieron un cataclismo electoral, desapareciendo muchos de ellos del mapa. El propio Craxi, antiguo primer ministro, acabó sus días exiliado en Túnez para eludir una condena de 27 años de cárcel", señala Blanco, autor del libro "Catársis".
Blanco recuerda como la acción de Manos Limpias destapando la cloaca "desató el entusiasmo de la población y propició la transformación del sistema. 1993 daba paso a una nueva ley electoral que permitiría elegir en distritos uninominales el 75% del parlamento", algo que ni siquiera Silvio Berlusconi, "magnate de los medios de comunicación" y "producto del viejo sistema" pudo parar: "Los políticos no se corrompían ellos solos, necesitaban la contraparte, esos "empresarios" que pululaban alrededor en busca de privilegios. Ciertamente, Berlusconi no había sido político, no cobraba comisiones. Él las pagaba. Había labrado su fortuna a base de contactos, favores e influencias, siempre en la órbita del poder político. Era absurdo presentarse como un outsider, libre de polvo y paja, un auténtico reformador del caduco régimen. Tan ridículo como si Jesús Polanco hubiera saltado al ruedo de la política española como un empresario modelo, ajeno al sistema, un emprendedor con fortuna amasada con esfuerzo, competencia e innovación, sin contacto alguno con los poderes públicos".
El vendaval que barrió Italia en los 90 redujo la corrupción y mejoró la política. Pero su efecto fue temporal e incompleto. Las reformas parciales, limitadas, fueron engullidas paulatinamente por la implacable maquinaria a medida que la población se desentendía, perdía interés por los interminables procesos judiciales. Finalmente, los cambios fueron revirtiéndose, siendo Berlusconi el artífice de esa contrarreforma electoral que regresó en 2005 a un sistema de listas cerradas.
"Esta historia resulta familiar pues el montaje del sistema político español utilizó muchos decorados, atrezos y vestuario de diseño italiano. Como allí, el presente Régimen se agrieta, se resquebraja, se hunde bajo el peso de la corrupción y de una clase política más pendiente de mantener sus privilegios, de achicar crecientes vías de agua, que de velar por los intereses generales. Una élite que, por mucho empeño que pone, se muestra incapaz de tapar los numerosos escándalos que revelan la putrefacción de la cúspide a la base", indica Blanco. Y añade: "aunque Bárcenas no encaje en el papel de Chiesa ni el carácter de Rajoy sea propicio a admitir públicamente que aquí nadie, ni siquiera el Rey, hace ascos a suculentas comisiones, los partidos tradicionales se van desangrando en votos a medida que los electores vislumbran las colosales dimensiones de nuestro particular Tangentopoli. ¿Acabarán ciertos personajes encarcelados o en el exilio? La experiencia italiana muestra que el cambio es posible, que la opinión pública puede ejercer una fuerza irresistible, que los partidos tradicionales no tienen el futuro asegurado. Pero hacen falta nuevos líderes, dispuestos a romper barreras, a avanzar hacia un sistema de libre acceso".
"Es tiempo de participación, de empuje, de superación de absurdas enemistades tribales, de cumplida respuesta a los pusilánimes, a esos que agitan el espantajo del pesimismo, de la imposibilidad del cambio, a los que, encerrados en su torre de marfil, justifican su pasividad y conformismo en la inutilidad de cualquier esfuerzo. Es hora del recambio de los viejos partidos por otros nuevos, de renovación dentro de un proceso de reformas rápidas, profundas y radicales. Eso sí, desconfiando de aquellos que, tras haber ocupado destacados cargos políticos, despotrican contra el statu quo cuando sospechan que la tortilla está a punto de voltearse". 

Hasta aquí, el citado artículo. Parece claro que también en España necesitamos profundas reformas en nuestra Constitución que adecue nuestras instituciones a los tiempos de hoy, que las haga mas transparentes, que sean capaces de evitar las prácticas corruptas y también capaces de detectar estas y de condenar y castigar a los que las practican. 
Necesitamos que se creen en nuestro país los distritos electorales, para que así quede ligado el diputado elegido por sus electores a su distrito y a los que le han elegido. Esto en vez de las listas cerradas que hacen que el elector no pueda elegir a la persona que le va a representar.
Necesitamos que exista independencia entre los distintos poderes del Estado, sobre todo hay que proteger y salvaguardar la labor de Jueces y Fiscales, para que puedan entrar a fondo en donde haga falta y consideren necesario para destapar y esclarecer todo aquello que pudiera ser considerado delito, sobre todo en el manejo de los fondos públicos, y en la detección de posibles cohechos, cuyas penas deberían de ser mucho mas duras. Necesitamos que los jueces juzguen y que los fiscales investiguen, con plenos poderes, y sin que el poder político pueda condicionar o entorpecer la investigación, y que quien lo haga, sufra las consecuencias por ello.
Necesitamos solucionar de manera mejor y mas transparente la financiación de los partidos políticos. Necesitamos eliminar las "puertas giratorias" por las que entran y salen personajes que van del mundo de la empresa a la política y viceversa, vía que se creo para pagar favores prestados aquí y allá de los que se han beneficiado las grandes corporaciones empresariales, a costa muchas veces del perjuicio del resto de ciudadanos.
Necesitamos poder elegir a las personas mejor preparadas, las mas inteligentes y mas capaces para desempeñar una tarea. No a las mas fieles al líder, o a las mas dóciles, o al mas hábil "conseguidor pelotillero" del entorno del que decide quien va y quien no va en las listas. Necesitamos tener cerca al elegido para poder exigirle responsabilidades cuando  lo ha hecho mal o nos ha perjudicado y poder así echarlo de nuestro distrito electoral. Cuando esto sea posible, ya se encargarán de buscar a los mas capaces o los mas queridos en cada distrito electoral para poder alcanzar un número suficiente de diputados o cargos electos que permita gobernar al partido al que representan. Esto si que sería poner el interés de los electores por delante del interés de las políticas de partido, que muchas veces no tienen nada que ver la una con la otra, y que incluso pueden llegar a ser de sentido opuesto.
Necesitamos reforzar, o mejor diría crear una cultura de la Responsabilidad Política, hoy en día inexistente. Nuestras Instituciones se tienen que dotar de un Código de Conducta para el ejercicio de esta responsabilidad que ponga bajo un único criterio a todo cargo político o de la Administración del Estado que haya cometido irregularidades, o que sus decisiones hayan producido daño en la  administración y/o en los administrados. Una dimisión supone un alejamiento de la responsabilidad, no supone una inculpación. Si están acreditados de manera fehaciente los hechos acerca de haber cometido  de una irregularidad, se se debería de separar al causante de estos de su responsabilidad. Así se manejarían con mas cuidado los asuntos públicos.
Todos los cambios que necesitamos para tener una administración mas sana, eficiente y transparente, son sencillos, y todos sabemos que la solución de muchos de nuestros problemas actuales pasan por lograr que estos se lleven a cabo.
Las dos herramientas que tenemos para conseguir este gran objetivo, son la presión sobre los políticos y nuestro voto. Empleemos las dos de manera responsable para lograrlo, y sobre todo impliquémonos de manera activa para solucionar todos estos problemas.

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