Exploramos el océano Índico como si fuera un archivo histórico (por encima y por debajo de su superficie)


Shutterstock / Santiago Castillo Chomel
Isabel Hofmeyr, University of the Witwatersrand y Charne Lavery, University of Pretoria

En muchas playas del océano Índico, si se observa con atención, se podrán distinguir fragmentos de cerámica. Pulidos suavemente por el océano, estos fragmentos tienen con toda probabilidad miles de años de antigüedad, pues proceden de lo que fueron importantes centros de producción alfarera como el califato abasida de Oriente Medio o la dinastía Ming de China.

El destino original de esta cerámica eran las ciudades portuarias del océano Índico, y pudo haber sido adquirida por sus élites comerciales, acostumbradas a comer en platos finamente labrados. Estos comerciantes mantenían vastas rutas comerciales que cruzaban en todas direcciones el Índico y que se extendían más allá, desde África oriental hasta Indonesia y desde Oriente Medio hasta China.

Estas rutas comerciales se establecieron hace miles de años, y se vieron favorecidas por los monzones. Estos vientos, que cambian de dirección según la época el año, han moldeado durante muchísimo tiempo el ritmo de vida de las comunidades ribereñas, pues traían lluvia a los granjeros, hinchaban las velas de los dhows árabes y hacían posibles los intercambios ecológicos entre distintas zonas.


Este artículo forma parte de Oceans 21, una serie de artículos sobre los océanos del mundo que nos llevan a explorar las antiguas rutas comerciales del océano Índico, la contaminación de plásticos en el Pacífico, la luz y la vida en el Ártico, la pesca en el Atlántico y la influencia del océano Antártico en el clima global. La red de colaboradores internacionales de The Conversation pone estos textos a su alcance.

Los patrones de viento de los monzones hacen que el océano Índico sea relativamente fácil de cruzar en ambas direcciones. Frente a ello, en el Atlántico el viento sopla en una sola dirección durante todo el año. Ese es el motivo por el cual el Índico es el área comercial transoceánica de viajes de larga distancia más antigua del mundo. De hecho, a veces se la llama la cuna de la globalización.

Este mundo cosmopolita ha fascinado desde antiguo a los estudiosos y hoy se ha convertido en un campo de investigación muy dinámico. Sin embargo, las investigaciones no aportan demasiada información sobre el océano en sí; se centran en los movimientos humanos alrededor de él, dejando al océano como un pasivo telón de fondo. En una época caracterizada por el cambio climático y la subida del nivel del mar, es importante saber más sobre este océano desde un punto de vista científico y ecológico.

En los últimos años la situación ha empezado a cambiar, y en este artículo, perteneciente al campo de los estudios sobre el océano Índico, abordamos tanto el enfoque tradicional como los más novedosos. Es decir: atendemos tanto a la superficie como a las profundidades oceánicas.

Historias de la superficie del océano Índico

Los largos milenios de comercio e intercambios han hecho que en el campo de los estudios sobre el océano Índico las indagaciones sobre las interacciones culturales sean un gran polo de interés. Las ciudades situadas en sus orillas han establecido profundos nexos basados en intercambios materiales, intelectuales y culturales, hasta el punto de que los habitantes de estos puertos tienen más en común entre ellos que con sus compatriotas de tierra adentro.

Este mundo tempranamente cosmopolita es objeto de una célebre descripción en el libro de Amitav Ghosh In an Antique Land, donde se reconstruyen los viajes de Abram Bin Yiju, un mercader judío tunecino del siglo XII que se estableció en El Cairo y posteriormente en Mangalore (India). En el libro se destaca el contraste entre la rigidez de las fronteras en el océano Índico en la década de los ochenta del siglo XX con la facilidad de movimientos que existía en esta misma zona a finales de la Edad Media.

La costa del Zanguebar constituye otro famoso exponente del cosmopolitismo del Índico. Se trata de una franja litoral de más de 1 600 kilómetros que va desde Somalia hasta Mozambique y cuyas comunidades se forjaron a partir de siglos de interacción entre África, Oriente Medio y Asia.

A partir de ciudades estado costeras como Kilwa, Zanzíbar y Lamu, las rutas comerciales del Zanguebar se extendieron tierra adentro hasta lugares tan distantes como el actual territorio de Zimbabue, y por vía marítima hasta Persia, India y China. Tras alcanzar su cénit entre los siglos XII y XV, estas ciudades perdieron su pujanza económica por la acción de los portugueses, que llegaron a la zona a comienzos del siglo XVI con la intención de establecer un monopolio en el comercio de especias.

Zanzíbar, Tanzania. GettyImages

Un elemento central en esta historia de movilidad e intercambios en el Índico fue la expansión del islam por tierra y mar desde el siglo VII. Así, a partir del siglo XIV, las redes mercantiles de este océano estaban casi en su totalidad en manos de comerciantes islámicos.

La expansión de esta religión trajo consigo estudiosos, teólogos, peregrinos, clérigos, expertos en leyes y místicos sufíes. Entre todos crearon una serie de contextos económicos, espirituales y legales compartidos. El sufismo, una rama mística del islam, es un elemento importante en el acervo común de historias de las comunidades ribereñas, en parte por la centralidad del Hajj o peregrinaje a La Meca.

La colonización europea de los territorios del Índico

Cuando los portugueses doblaron en cabo de Buena Esperanza a finales del siglo XV entraron en lo que muchos habían denominado “lago islámico”, y cuya zona norte estaba dominada por el imperio otomano de Turquía, el safávida de Persia y el mogol en India. Cuando los holandeses llegaron al Índico en el siglo XVII “pudieron cruzarlo de punta a punta entregando cartas de presentación a diversos sultanes musulmanes”.

Tal como ha indicado Engseng Ho, estas rutas comerciales islámicas en constante expansión funcionaban sin el apoyo de ningún ejército ni de ningún Estado.

Los portugueses, holandeses e ingleses que llegaron al Índico eran comerciantes extranjeros que sí contaban con el apoyo de sus respectivas naciones. Siguiendo el ejemplo de lo que habían hecho los venecianos y los genoveses en el Mediterráneo, crearon sus respectivos imperios en la región a través de puestos comerciales militarizados, y tomaron por costumbre hacer sus negocios a punta de pistola.

Los primeros europeos que llegaron al Índico tuvieron que adaptarse al principio a las normas comerciales con las que se encontraron. Pero en el siglo XIX el dominio ya era suyo. Su infraestructura militar, de transporte y de comunicaciones intensificó el movimiento de personas a lo largo de las riveras del océano.

Como ha demostrado Clare Anderson, en su mayor parte esta movilidad era obligatoria o forzosa. En ella había esclavos, trabajadores desplazados, exiliados políticos y presos a los que se trasladaba de una región a otra. En ocasiones estos procesos se encuadraban en esquemas preexistentes de explotación laboral. Así, como han demostrado investigaciones recientes, los trabajadores trasladados desde Asia a menudo provenían de regiones de India donde existía la esclavitud. Los viejos y nuevos sistemas de trabajo forzado dieron lugar a la creación de un archipiélago de prisiones, plantaciones y colonias penales.

En tanto que archivo, el océano Índico ofrece una nueva perspectiva sobre la historia universal, que tradicionalmente ha estado dominada por enfoques eurocéntricos. Y es que la era de los imperios europeos apenas ha supuesto una pequeña franja dentro de un arco mucho más amplio. Si adoptamos el punto de vista de los pueblos del Índico, vemos cómo se ponen en duda las ideas que tenemos sobre las relaciones entre los colonizadores europeos y los pueblos colonizados.

Como sostienen historiadores como Enseng Ho y Sugata Bose, el océano Índico sirvió de campo de batalla para una serie de grandes intereses que competían entre sí.

Las ambiciones del imperialismo británico, por ejemplo, encontraron respuesta en las no menos grandiosas visiones del islam. De hecho, la región del Índico produjo una enorme lista de ideologías transoceánicas entre las que se cuentan el reformismo hindú y el panbudismo.

Estas ideologías llegaron a adquirir un carácter antiimperialista que sirvió para alimentar tesis como la solidaridad afroasiática o la posición de no alineamiento. Dichas ideas tomaron cuerpo en la Conferencia de Bandung de 1955, en la que 29 naciones recién independizadas se reunieron para establecer su propio camino en lugar de alinearse con alguno de los bandos de la recién empezada Guerra Fría.

Iniciativa de la Franja y la Ruta. Shutterstock

En el siglo XXI estas viejas alianzas están amenazadas por la presión que ejercen China e India, que pugnan entre sí por la hegemonía en el Índico. La ambiciosa Iniciativa de la Franja y la Ruta impulsada por China propone el desarrollo de grandes infraestructuras portuarias y de transporte, así como la concesión de ayudas para expandir la influencia de Pekín a la mayor parte de la región. En respuesta, Nueva Delhi ha reforzado sus actividades económicas y militares en la zona.

Historias profundas del océano Índico

Mientras que la superficie del océano Índico, singularmente cosmopolita, ha recibido mucha atención, sus profundidades apenas tienen un lugar en la historia y en la cultura. Sus aguas suponen cerca del 20 % del volumen de los océanos del mundo, y su punto más profundo, la fosa de Java, tiene cerca de ocho kilómetros de profundidad. Sin embargo, su lecho marino está en gran medida sin cartografiar, como ocurre con el de otros océanos del mundo.

Las características del lecho marino determinan los patrones del tiempo atmosférico. También poseen una importancia crucial en las concentraciones de peces y en las dinámicas de los tsunamis. Las prospecciones iniciales de algunas empresas mineras han revelado la existencia de ricos depósitos de minerales en las fumarolas de volcanes submarinos, mientras que por otro lado no dejan de descubrirse nuevas especies en estas aguas.

Las profundidades del Índico están mucho menos exploradas que las de otros océanos. La razón es económica, ya que sus países ribereños están en vías de desarrollo. Así, la Segunda Expedición Internacional del Océano Índico se realizó en 2015, 50 años después de la primera. Esta iniciativa busca aumentar el conocimiento sobre las características biológicas y oceanográficas de este espacio tan poco explorado, y también determinar de qué modos está cambiando.

Arrecife de coral en las Islas Maldivas. Shutterstock

Prestar atención al mundo submarino es algo cada vez más importante en nuestra era de cambio climático provocado por la actividad humana. El Índico se está calentando más rápido que el resto de los océanos, pues concentra más del 70 % de todo el calor absorbido por las capas superiores de los océanos desde 2003. Además, algunas de sus islas (las Maldivas son el ejemplo más conocido) se están hundiendo como consecuencia de la subida del nivel del mar en todo el mundo.

Los patrones de los ciclones están cambiando, dado que estos se producen cada vez más al sur y cada vez más a menudo como consecuencia del aumento de la temperatura del océano. Los monzones, que refuerzan las rutas marítimas del Índico y ayudan a establecer los patrones de las lluvias en el litoral, son cada vez más débiles y menos previsibles.

Divinidades, espíritus y ancestros

A pesar de que en muchos sentidos las profundidades del Índico nos resultan opacas, eso no quiere decir que no estén pobladas por la imaginación de la gente. De hecho, están repletas de divinidades, genios, sirenas y espíritus ancestrales. Hablamos de una mitología submarina que refleja la mezcla de culturas que se da en sus pueblos ribereños.

En el sur de África esta mezcla es especialmente rica: los duendes acuáticos de los khoisan; los genios de la cultura islámica, que fueron introducidos por esclavos procedentes del sureste asiático; los ancestros africanos, uno de cuyos dominios es el océano; las ideas románticas sobre el mar que trajo el Imperio británico…

Estas ideas se relacionan entre sí y convierten las masas de agua en lugares muy ricos para la historia y la memoria. Estas mitologías han sido estudiadas por el proyecto Humanidades oceánicas para el Sur Global, donde se encuadra el trabajo de investigadores como Confidence Joseph, Oupa Sibeko, Mapule Mohulatsi y Ryan Poinasamy. Ellos exploran la imaginación artística y literaria que se da en el ecosistema cultural mestizo de las costas del sur de África.

La ciencia ficción afrofuturista también mira hacia las profundidades del Índico. Es el caso del texto Floating Rugs, de Mohale Mashigo, ambientado en una comunidad submarina situada en la costa oriental de Sudáfrica. O los relatos de Mia Couto, ambientados en la costa de Mozambique, y en los que siempre relaciona el mito de las sirenas con la biología marina moderna. Por otro lado, Yvonne Adhiambo Owuor, en su novela The Dragonfly Sea, combina los vínculos afroasiáticos y las profundidades marinas.

Minería en aguas profundas

Algunas exploraciones de las profundidades marinas pueden parecer ciencia ficción, pero no lo son.

La Autoridad Internacional de los Fondos Marinos, un organismo de Naciones Unidas que funciona desde 2001 y que es responsable de la segmentación de las áreas marítimas con potencial minero, ha concedido permisos de explotación en el océano Índico. Y al mismo tiempo los biólogos están descubriendo un número increíble de nuevas especies en las profundidades, junto a estos yacimientos.

Granja de perlas submarina. GettyImages

Los ricos llevan mucho tiempo saqueando el mundo submarino. Las historias de buceadores de perlas en el Índico (como la que aparece en un pasaje central de la novela de Julio Verne Veinte mil leguas de viaje submarino) tienen hoy su continuación en el comercio ilegal de abulones. Los cazadores furtivos de las costas de Sudáfrica se ponen sus trajes de buzo para recolectar abalones y venderlos en los mercados asiáticos, lo que establece conexiones, por las mismas vías que las antiguas rutas comerciales, entre los fondos oceánicos y los bajos fondos de los países del Índico.

A veces estas rutas llevan hasta un tesoro. En la isla de Mozambique, por ejemplo, los fragmentos de cerámica azul con los que se comercia en los países del Índico son hoy muy codiciados por los cazatesoros. Y, si bien algunos son vendidos a los comerciantes de antigüedades, otros aportan datos básicos a los investigadores de arqueología marina. De hecho, hace poco los investigadores del Slave Wrecks Project descubrieron restos de barcos negreros que, si bien suponen un símbolo concreto del comercio transatlántico de esclavos, se relacionan también con episodios de esclavitud y reclutamiento en el océano Índico.

Los viejos litorales de las ciudades portuarias de África oriental como Mombasa, Zanzíbar y Lamu están hoy presididos por edificios de un color blanco intenso. Estas construcciones modernas se inspiran en una tradición arquitectónica de siglos que erigía casas, mezquitas y tumbas a partir de roca de coral blanca a la que luego se aplicaba una capa de cal. Esta cal luminosa, fabricada a partir de conchas y corales originados bajo el mar, hacía que las ciudades fueran visibles desde lejos para los veleros.

La vida submarina del océano y las historias de las personas relacionadas con él siempre se entrecruzan, y por ello en este momento escritores, artistas e investigadores prestan cada vez más atención a estas conexiones.The Conversation

Isabel Hofmeyr, Professor of African Literature, University of the Witwatersrand y Charne Lavery, Lecturer and Research Associate, University of Pretoria

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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