La desverguenza y el descrédito en los Colegios de La Salle por los abusos a menores

Luisondome

Colegio de La Salle de Santiago de Compostela

Febrero 15, 2022. Me acabo de enterar por la prensa, y el animo se me ha ido al suelo. En el colegio al que envié a mis hijos, el Colegio religioso y privado La Salle De Santiago de Compostela se abusaba de los menores. Lo denunció en primer lugar la emisora local de La Cadena SER, y El Diario.es lo cuenta con detalle, gracias a las denuncias de varios de los antiguos alumnos y al relato de El Periodista Gonzalo Cortizo, que fue alumno del citado Colegio, y del hermano Joaquín Berruguete, el ahora denunciado maltratador y acosador sexual a lo largo de los años, de inocentes alumnos del Colegio.

El maltratador Berruguete no era un religioso cualquiera, era el Jefe de Estudios del Colegio y Profesor de Física y Química. He de añadir que el Colegio tenía alumnos internos, los cuales han tenido que soportar una presión muchísimo mayor ante la mayor posibilidad de ser abusados y acosados por el citado personaje a cualquier hora del día o de la noche, en cualquier momento a lo largo del curso. Una situación de constante exposición al peligro de ser abusado en cualquier momento.

Cuando uno elige colegio para sus hijos, cuando con los recursos disponibles uno puede darles la mejor educación posible, se intenta encontrar el mejor lugar para tal fin. Yo me consideraba afortunado, porque cerca del lugar de nuestra residencia familiar había un colegio privado, prestigioso, y religioso, en el que tenía una buena amiga que además era profesora en el colegio. Era la elección perfecta, las instalaciones eran excelentes, el nivel de los resultados obtenidos por los alumnos era alto según las evaluaciones de las pruebas de selectividad, y por ello fue el centro elegido en el que pude inscribir a mi hijo mayor para que recibiera en dicho colegio su educación en la etapa escolar. Pocos años después entro en la institución mi hija a estudiar en dicho centro.

Pasados los años, los estudios de ambos terminaron e iniciaron su nueva etapa en la universidad, llevando ambos una vida normal, y sin tener el mas mínimo atisbo de que algo anormal estuviera ocurriendo en el colegio de mis hijos. Hoy me entero por la prensa de lo que pasaba en aquel tiempo, y me siento rabioso e impotente.

Baste el relato de lo que nos cuenta el periodista en base a lo que recuerda de aquella etapa: Empiezo por un recuerdo que siempre le cuento a mis amigos para retratar aquellos años. Él había castigado a un compañero por cualquier tontería: reírse en clase, hablar o estar despistado. La reprimenda empezó como un juego, subiendo al reo a la tarima para iniciar una ceremonia de sadismo en la que nos obligaba a ser partícipes.Una vez frente a la pizarra el profesor susurraba al alumno las normas de la partida: "Estira las manos. Sujeta el borrador en esta. En esta otra, una tiza. Sobre la cabeza, un libro. Si algo cae al suelo, te daré una bofetada". Entonces Berruguete proseguía la clase pero ya nadie prestaba atención. Él era consciente. Todos deseábamos internamente que a nuestro compañero se le cayese algo al suelo para ver cuál era el siguiente episodio. De algún modo, por un instante, nos hacía cómplices de su maltrato espectacular.

Las miradas de la clase se centraban en el castigado que, sintiéndose protagonista, apenas podía aguantar la risa con la espalda pegada al encerado y los brazos en cruz. Hasta que, en un temblor de la broma, perdía el equilibrio de una de las tres piezas y el borrador caía al suelo, o la tiza, ya no lo recuerdo. Ahí llegaba la primera hostia. Una bofetada fuerte. Y la primera lágrima. Silencio en los pupitres. No se golpeaba suave en el Colegio La Salle de Santiago.


"No estás llorando por el dolor. Yo no te he hecho daño", susurraba Berruguete a su víctima: "Estás llorando por la vergüenza de que todos tus compañeros se estén riendo de ti. Pero esta vez lo vas a hacer bien", le decía. A partir de ahí iniciaba una sucesión de repeticiones en el juego. Para entonces, la maniobra sádica ya no le hacía gracia a nadie, excepto al profesor. Era capaz de aguantarla hasta que el alumno empezaba a sangrar. Era lo normal. Después, si era necesario, llevaban al chico a enfermería (otro templo del terror) con cualquier excusa. Allí le esperaba otro cura que le ofrecía una moneda fría de cincuenta pesetas con la que apretar el chichón.


La situación para muchos alumnos fue penosa. Tenían pánico de ir a clase. Gonzalo Cortizo lo cuenta así: Era tanto el "rechazo" que le generaba que aprovechaba que iba a comer a su casa para ir al baño y convencer a su madre de que se encontraba mal. Lo hacía los días que tenía clase con este profesor por la tarde. "Estar toda la tarde con él en clase para mí era horroroso", ha explicado. Otro exalumno ha contado a la emisora que los tocamientos eran conocidos de forma general y se producían en público y delante de todos los demás niños. Alberto recuerda que este mismo religioso "iba mesa por mesa y alumno por alumno manoseando, metiendo la mano por debajo de la camiseta": "Me acuerdo de la respiración. Se acercaba desde atrás y tocaba la clavícula... A día de hoy, como adulto me parece un gemido de placer". Asegura que los menores le temían.


Yo fui alumno interno a lo largo de seis años en mi adolescencia de un colegio privado no religioso, en la que no tengo conocimiento de abusos sexuales, pero en el que si se pegaba a los alumnos que daban problemas, algunas veces con gran intensidad, especialmente por parte de algún profesor y de algún cuidador propenso a la mano dura y al castigo ejemplar, y no precisamente por causas graves, sino a veces por alguna tontería cometida por algún chaval. Por ejemplo, por que te pillaran fumando a escondidas.


Yo no tuve problemas en aquella etapa de mi vida, pero si fui testigo de maltrato a alumnos de mi Colegio, el Colegio San Luis de Pravia, en Asturias. Entiendo por tanto el infierno por el que han tenido que transitar algunos de estos chavales. 


Carta enviada a los padres por el Colegio. Imagen: Diario.es


El Colegio ha enviado un comunicado a los padres de los alumnos actuales, disculpándose por lo ocurrido y anunciando la apertura de una investigación interna para esclarecer los hechos, citando su compromiso legal y moral para con las víctimas, pero ese compromiso llega tarde y no repara en modo alguno el daño causado a las víctimas a las que debían de proteger. La institución también tiene responsabilidad en ello, y debe de reparar el daño.


Lo quiero gritar bien alto, para que se me oiga. 


Esto es lo que hay que hacer a partir de ahora:

  • En pleno Siglo XXI, en el mundo civilizado, en el que se supone que deben imperar los derechos y las libertades de las personas, este tipo de abusos y maltratos deben de ser denunciados y castigados. Ningúno de estos comportamientos, en ningún caso, en ningún momento, en ningún lugar del mundo, deben de quedar impunes.
  • Los casos denunciados deben de ser investigados, juzgados y condenados hasta las últimas consecuencias. Las leyes y las penas deben de endurecerse para que tengan efecto disuasorio sobre estos comportamientos deleznables y condenables.
  • Los políticos deben de ser contundentes a la hora de denunciar y condenar estos hechos, pues su primer deber es el de proteger a su población, y sobre todo a los mas desprotegidos. No es de recibo la tibieza del Presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijoó y la de los partidos conservadores y ultraconservadores a la hora de referirse a estos lamentables sucesos.
  • La sociedad debe de ser contundente a la hora de condenar estos comportamientos y posicionarse en colaborar a la erradicación de los mismos de nuestras aulas.
  • Las investigaciones internas no valen para esclarecer lo ocurrido a lo largo de los años, pues estas tenderán a proteger la institución  y a sus profesores y colaboradores, tapando y ocultando todo lo que sean capaces de ocultar para limitar el daño. 
  • Si los alumnos, si mis hijos conocían lo que estaba pasando, que no contaban en casa, por la razón que fuera, y se me ocurre pensar que pudiera ser por amenaza directa, por miedo, por vergüenza, o por vete a saber tu que otra razón pudiera haber, los profesores y los responsables estoy seguro que tendrían conocimiento o al menos sospecha de los hechos, sino en todo, al menos en parte, como para dar la señal de alarma, lo cual sería su obligación. De ser así, con la Ley en la mano se les podría acusar de ser cómplices en la comisión de los delitos por tener conocimiento de ellos y no denunciarlos.


Es lamentable. Muy lamentable, y hay que acabar con esta lacra de una vez. Nuestros hijos son nuestro futuro. ¡Por Dios!, ¿Que no estamos haciendo?


Fuentes: El Diario.es y Cadena SER

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