Inteligencia Artificial, privacidad, publicidad y capitalismo salvaje

Luisondome

Cada vez hay mas datos que confirman el profundo deterioro de la salud psicológica de los jóvenes producida por el uso y el abuso de las redes sociales a lo largo de los últimos años. El diario Financial Times, poco propenso al alarmismo, publicó hace unas semanas un artículo titulado Los smartphones y las redes sociales están destruyendo la salud mental de los jóvenes, en el que se describe esta tendencia apoyada en numerosos gráficos que anuncian un aumento vertiginoso de los síntomas de malestar y la caída en picado del sentimiento de satisfacción vital entre los adolescentes desde el inicio de la década pasada.


El objetivo común de todas las redes sociales es lograr retener la atención de sus usuarios. O, dicho de otra forma: ser lo más adictiva posible. Las 25,7 horas que los usuarios pasan de media en TikTok cada mes se alejan cada vez más de las 16 horas de Facebook, las 7,9 de Instagram y las 7,8 de WhatsApp, según The Network EC.


La realidad es que el modelo de TikTok no difiere especialmente del de las otras redes: Instagram, Facebook o Snapchat. Todas ellas aprovechan los avances en neurociencias y ciencias cognitivas y desarrollan algoritmos que se apoyan en el conocimiento cada vez más profundo de sus usuarios para que pasen el mayor tiempo posible usando las redes. En palabras del director del Center for Humane Technology, Tristan Harris, las redes sociales son plataformas en las que la IA y las personas se conectan con el objetivo de determinar el siguiente contenido que deben mostrar para maximizar la probabilidad de que el usuario quiera visualizar el siguiente y se quede enganchado. Queremos lo que vemos, de ahí el bombardeo de publicidad, la explosión de las necesidades adquiridas. Es el armagedón del capitalismo.


Pero este afán tiene un coste. Desde que salió al mercado el primer iPhone, en el año 2007, en coincidencia con la explosión de las redes sociales, es a partir de este momento cuando se produce una propensión de los jóvenes a interactuar menos con los demás en el mundo off line, algo que no tendría por qué ser preocupante si lo vivieran bien, pero la realidad es que no es así. La sensación de soledad entre los adolescentes se disparó en torno a un 50 %  entre 2007 y 2015. Y a partir de 2012 (año en el que la tasa de penetración del smartphone superó los 50 % en EEUU) se apunta lo que se puede considerar una auténtica epidemia de enfermedades mentales, afirmación que viene avalada por la publicación de datos demoledores que describen la situación de los jóvenes, desde preadolescentes hasta jóvenes adultos. A lo largo de la década 2010, incluso antes de que TikTok entrara en juego, las depresiones y los casos de anorexia se han más que duplicado entre los universitarios, mientras que la ansiedad ha aumentado un 134%. Según los últimos datos publicados en febrero por el Center for Disease Control and Prevention (CDC) de EE. UU:

  • Un 57% de las chicas adolescentes se han sentido deprimidas en el último año (un 36% hace una década).
  • Un tercio de ellas ha considerado seriamente suicidarse.
  • Los casos de automutilación se han multiplicado por 2,2 en la última década.
  • Un 14% ha sido forzado a mantener relaciones sexuales (+27% desde 2019).

Según Jonatan Hyde, psicólogo de la Universidad de Nueva York, el auge de las redes y el malestar de los jóvenes no solo han sido fenómenos simultáneos sino que existe una relación de causalidad entre ambos. No se trata únicamente de comparar a los Millenial con la Generación Z, sino de observar lo que ocurre en el propio seno de esta generación. A mediados de la década pasada, un análisis del Monitoring the Future Survey ya mostraba una fuerte correlación entre el tiempo pasado detrás de una pantalla y la depresión: los que pasaban 10 horas o más a la semana usando las redes tenían una probabilidad un 56% más elevada de no sentirse felices. Desde entonces, se ha mostrado cómo la probabilidad de padecer de depresión y de intentar suicidarse aumenta casi linealmente con el uso de dispositivos conectados.


Que las redes sociales son las principales causantes de este fenómeno, ya nadie lo pone en duda, pues estas se han convertido en un terreno de competición social abierta 24/7 en la que los usuarios se ven incitados a competir entre sí. El cerebro adolescente es especialmente vulnerable ante la presión social fomentada por las redes sociales. El llamado FOMO (Fear of Missing Out o miedo a perderse algo) contribuye no solo a enganchar a los usuarios sino a estar en un estado permanente de alerta. Se imponen cánones estéticos artificiales que son en parte responsables del deterioro de la autoestima, etcétera.


El objetivo de la mayoría de estas plataformas es, literalmente, ser irresistibles. La cantidad inmensa de datos que recaudan sobre sus usuarios les permite modelizar su comportamiento, detectar sus debilidades cognitivas y predecir cada vez mejor lo que piensan, desean o elegirían ante una situación u otra. Sí, consiguen cada vez más leer nuestra mente, lo que les otorga un poder considerable sobre sus usuarios, y no solo para mantenerles enganchados, sino también para condicionar sus opiniones y comportamientos. Uno puede temer las consecuencias de esta influencia, intensa y sostenida en el tiempo, iniciada en una edad temprana.


Esperar de la educación que resuelva este problema es obviar que estas plataformas también establecen una relación asimétrica con los padres. En su conjunto, estos no están siendo capaces de contener la situación incluso cuando son conscientes de sus riesgos. Ni siquiera son capaces de aplicar el límite de 13 años fijado unilateralmente por las propias plataformas.


Con los datos resultantes de dos décadas de redes sociales, hoy se puede afirmar que su balance para los jóvenes es muy negativo en términos de salud mental. Sin embargo, en Occidente parece que solo con el auge de una plataforma china se ha empezado a hablar en serio de ello, como si la culpable fuera ésta. Por todo lo dicho, es imperativo retomar el control democrático sobre el despliegue tecnológico.


Recientemente además se suma a las redes una nueva dimensión iniciada por una revolución que le puede dar un vuelco a la situación actual: me refiero al desarrollo de una nueva inteligencia artificial generadora de textos como Chat GPT. La última capacidad del ser humano, la del esfuerzo mental, la del trabajo de creación, la composición, corren el riesgo de atrofiarse y perderse. Enrique Dans, en su artículo titulado “Cuando el algoritmo piensa por ti”, escribe que “si el pensamiento crítico es desgraciadamente una habilidad cada vez menos desarrollada en las sociedades humanas, un paso como este, podría llevarnos a que lo fuese aún menos”, y añade: “El problema, además, no es solo la pérdida de la habilidad del pensamiento crítico, algo cuya responsabilidad como tal no corresponde a las compañías tecnológicas, sino más bien al sistema educativo y a la educación que transmiten los padres a sus hijos, sino la aparentemente ilimitada capacidad de manipulación que podría surgir de un sistema como ese, simplemente seleccionando con cierto cuidado sus fuentes – algo que sería, además, extremadamente discreto – o seleccionando sus respuestas. Una sociedad a la que se le dan las respuestas completamente masticadas para que no tenga que llevar a cabo ningún procesamiento mental adicional”.


Los avances tecnológicos cada vez se suceden con mas rapidez y son mas disruptivos. Lo ocurrido desde que se inició el actual siglo, en un tiempo relativamente corto, ha sido una gran transformación, una de las mayores y más rápidas que ha experimentado la humanidad, y que ha acabado por fragmentarla, a dejarnos solos, compitiendo y enfrentados. Y “si Internet se veía en el principio como algo liberador, casi libertario, que emanciparía a cada ser humano, que posibilitaría el acceso de todos al conocimiento, que burlaría la censura de los tiranos, que saltaría todas las fronteras y los prejuicios, que nos llevaría a una democracia más profunda, incluso directa”, tal y como lo describe Ricardo De Querol, hoy ya sabemos que no ha sido así.


Ante este oscuro panorama, no es de extrañar la aparición de una carta abierta firmada por un buen número de expertos y líderes tecnológicos en la cual expresaban estos miedos y pedían parar durante al menos seis meses el desarrollo de estos proyectos, para encontrar la forma de regular su desarrollo.


Expresaron varias preocupaciones que han sido detalladas en el documento, tales como:

  • El potencial riesgo de perder el control sobre los sistemas de inteligencia artificial, lo que podría resultar en consecuencias impredecibles y peligrosas para la sociedad.
  • La posibilidad de que los sistemas de inteligencia artificial sean utilizados para fines malintencionados, tales como propagar información errónea o propaganda.
  • La posibilidad de que los sistemas de inteligencia artificial reemplacen a los humanos en el trabajo y resulten en una mayor tasa de desempleo y desigualdad.
  • La posibilidad de que los sistemas de inteligencia artificial superen la capacidad humana de comprensión y conocimiento, y eventualmente puedan reemplazar a los humanos en la toma de decisiones importantes, lo que podría tener consecuencias impredecibles e indeseadas.

La carta también destacaba la falta de planificación y gestión en el desarrollo de sistemas de IA, señalando que los laboratorios de IA se han «encerrado en una carrera fuera de control para desarrollar y desplegar mentes digitales cada vez más poderosas que nadie, ni siquiera sus creadores, pueden entender, predecir o controlar de manera confiable». Los firmantes argumentan que el desarrollo de sistemas potentes de IA debe ser llevado a cabo solo cuando estemos seguros de que sus efectos serán positivos y sus riesgos serán manejables.


La carta abierta también planteaba una serie de preguntas importantes sobre el futuro de la IA y el papel que habría que desempeñar en su desarrollo. Aunque la IA tiene el potencial de mejorar nuestras vidas de muchas maneras, también plantea riesgos significativos. La falta de comprensión y control sobre el desarrollo de sistemas de IA más potentes que GPT-4 es un riesgo real, y es importante que la comunidad de IA reflexione cuidadosamente sobre cómo avanzar en este campo, dimensionando el potente poder de influencia que ha quedado patente en los últimos tiempos.

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