Artículos y mapas para entender el futuro de la Iglesia Católica
Cónclave
Todo el mundo está mirando a Roma . La muerte de un papa es histórica: la última vez que ocurrió con un papa en ejercicio, Juan Pablo II, fue hace veinte años. Y pese a que la Iglesia católica está en retroceso a nivel global, retiene una enorme influencia y cientos de millones de fieles en los cinco continentes.
Es decir: lo que pasa en el Vaticano nos afecta, sobre todo lo que pasa en el cónclave que elegirá al nuevo papa. El sucesor de Francisco puede consolidar su deriva reformista o revertirla; puede ser una fuerza transformadora que revigorice a la Iglesia o un papa inmovilista que no evite la decadencia de la institución.
Además está el ritual. No hace falta ser creyentes para entender que la estética y el simbolismo del momento son potentísimos. Una tradición de siglos con todo un protocolo y un lenguaje propios. Me recuerda al entierro de Isabel II en Reino Unido y la coronación de su hijo Carlos: no hace falta ser monárquico para entender por qué el mundo miraba a Londres esos días. Por si no recuerdas el nombre de los últimos papás, aquí un poco de ayuda.
¿Como se elige un nuevo papa?
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Con el fallecimiento del papa Francisco, tras 12 años de papado, el puesto más alto en la jerarquía eclesiástica ha quedado vacante. Su sucesor, cuya elección se conocerá presumiblemente en el próximo mes, será el papa número 267 desde San Pedro.
El proceso para la elección de un nuevo papa es relativamente sencillo, al menos en términos formales: consiste en una votación secreta en la que participan los cardenales de la Iglesia católica y que se convoca cuando el anterior papa fallece o renuncia. La reunión, que tiene lugar en la capilla Sixtina del Vaticano, se conoce con nombre de cónclave, del latín cum clavis, por la tradición de hacerla bajo llave.
Esta junta reúne a los designados cardenales de todo el mundo para escoger a la persona que será el nuevo obispo de Roma, papa de la Iglesia católica y jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano. Lo hacen supuestamente inspirados por el Espíritu Santo y por lo tanto deben estar estrictamente aislados de cualquier injerencia del exterior. Así, deben hacer un juramento para mantener en secreto lo que ocurra en el cónclave, antes de comenzar las votaciones, que pueden durar días.
Juan Pablo II también estableció que los cardenales electores se alojarán en la Residencia de Santa Marta, en el Vaticano, hasta el fin de las votaciones. En 2007 se restauró la mayoría necesaria de dos tercios para garantizar un amplio consenso y evitar que un bloque apoye a un candidato durante los suficientes días de votaciones irresolutas hasta que el método cambiara a una mayoría simple, el 50% más uno, como había decretado Juan Pablo II.
La votación se realiza mediante escrutinio, con hasta cuatro votaciones diarias —dos por la mañana y dos por la tarde— hasta que se consigue el apoyo suficiente para alguno de los candidatos. A partir de 1975, Pablo VI reservó la condición de voto a quienes no hubieran cumplido 80 años. En teoría, cualquier hombre bautizado puede ser escogido, pero en la práctica siempre se nombra a un cardenal.
Cuando el cargo papal queda libre, comienza un periodo conocido como sede vacante. El decano del Colegio Cardenalicio convoca entonces el cónclave, y entre quince y veinte días después comienzan las votaciones. En preparación para el cónclave, la jornada comienza con una misa y continúa con oraciones cantadas con los que piden la ayuda del Espíritu Santo, en procesión hasta la Capilla Sixtina.
Los cardenales: gobernadores en sede vacante, electores y postulantes
Los cardenales se encierran para el cónclave bajo los famosos frescos de Miguel Ángel, y hasta que uno de ellos no salga escogido, las instalaciones en las que duermen, comen y votan están estrictamente controladas para mantenerlos al margen de cualquier contacto externo. Cada tres días se permite a los prelados una jornada de descanso.
Mientras dura el escrutinio, para dar cuenta al público de cómo va la sentencia, los prelados queman los papeles de la votación. Esto expulsa al exterior una fumata negra o blanca que anuncia respectivamente una votación fallida o la elección de un candidato que ha alcanzado los dos tercios necesarios. Una vez que el recién escogido acepta el cargo, el cardenal más antiguo de la orden diaconal anuncia la noticia: «Habemus papam«.
Aunque sobre el papel el cónclave no
tiene límite de duración, en los últimos dos siglos, todos se han
resuelto en menos de cuatro días. Sin embargo, esto no siempre ha sido
así. La deliberación más larga fue en 1268 y duró casi tres años. Desde entonces, se estableció el enclaustramiento de los cardenales para acelerar el proceso.
El Colegio Cardenalicio, encargado de las preparaciones y la elección del nuevo papa, está formado por los cardenales creados por el pontífice. Desde el último consistorio celebrado en diciembre de 2024, hay 252 cardenales y 135 electores, de los cuáles la mayoría, 108, han sido nombrados por Francisco, 22 por Benedicto XVI y 5 por Juan Pablo II. De los 135 electores, sin embargo, dos ya han renunciado a acudir al Cónclave por motivos de salud, por lo que serán finalmente 133 los que elijan al nuevo pontífice.
La influencia del papa en el cónclave
Durante su mandato, al igual que puede reformar la Constitución Apostólica, el propio papa ordena, en reuniones llamadas consistorios, a los cardenales que elegirán a su sustituto y que asumen ciertos poderes en el periodo en el que queda vacante la Santa Sede. En 2013, cuando el recientemente fallecido Benedicto XVI renunció, algo no ocurría desde hacía más de quinientos años, hubo 115 cardenales electores, provenientes de todos los continentes.
El papa Francisco ha nombrado a una mayoría hispanohablante de cardenales con capacidad de voto, y ha elevado el número de prelados de África, Latinoamérica y Asia, alejando aún más de Italia —de donde provienen tradicionalmente los pontífices– el próximo papado, aunque la mayoría siguen siendo europeos. Se trata de decisiones atípicas con las que Francisco está consolidando su deseo de establecer un gobierno eclesiástico donde las periferias ganan influencia y está representada la universalidad de la Iglesia.
Una normativa estrictamente definida
El protocolo a seguir desde el fallecimiento de un papa ha cambiado con el tiempo. Hace siglos se podía escoger al papa por aclamación o por compromiso, cuando había un bloqueo, métodos que hoy ya están abolidos. En la actualidad se rige por la Constitución Apostólica de 1996 Universi Dominici Gregi aprobada por Juan Pablo II,
el predecesor de Benedicto XVI, que fijó el número máximo de cardenales
que pueden votar en 120, cifra que nunca se ha superado. Aunque en la
actualidad hay 135 electores, se asume que todos podrán votar.
¿Quién será el nuevo papá?
Se han publicado mil listas de papables y de los cardenales más influyentes. La carrera por ocupar el trono de san Pedro incluso a saltado a las casas de apuestas. Mi opinión es que el cónclave optará por un cardenal de consenso: un moderado que aplaque a los más conservadores sin espantar a los liberales. Además, es probable que sea italiano, después de tres papas de otros países.
Me quedo con dos nombres: Pietro Parolin (70 años) y Matteo Zuppi (69). Parolin fue mano derecha de Francisco como secretario de Estado de la Santa Sede y es moderado. Zuppi es arzobispo de Bolonia y se caracteriza por su enfoque hacia la paz y la ayuda a los más vulnerables, y tiene experiencia en mediación de conflictos internacionales, algo muy útil en este contexto. Además, los dos son jóvenes.
Estos días hemos publicado muchas cosas sobre la Iglesia y la elección del papa para ayudarte a entenderlo mejor. Aquí lo tienes:
Así se formará el cónclave que elegirá al próximo papá
135 cardenales cumplen los requisitos para votar al sucesor de Francisco. Cuatro de cada cinco fueron nombrados por el argentino.
El Colegio Cardenalicio es el órgano de la Iglesia católica que agrupa a todos los cardenales, quienes son los principales colaboradores del papa y los encargados de elegir a su sucesor en caso de sede vacante. Actualmente está compuesto por 252 miembros designados por los papas a lo largo de sus pontificados mediante ceremonias llamadas consistorios. El más reciente fue convocado por el papa Francisco el 7 de diciembre de 2024, en el que nombró 21 nuevos cardenales.
En total hay 135 cardenales en la lista oficial de cardenales del Vaticano que cumplen con el principal requisito para elegir un nuevo pontífice: ser menor de 80 años, lo que descarta a todos aquellos que cumplan esa edad antes del inicio de la sede vacante, el nombre que recibe el período entre el fin de un pontificado y el inicio del siguiente. Además, hay otros motivos que pueden llevar a un cardenal menor de esa edad a no ser elector. Por ejemplo, el cardenal Giovanni Angelo Becciu está inhabilitado desde 2020 tras ser acusado de malversación de fondos, aunque recientemente ha insinuado que se presentará en la votación.
Por otra parte, se puede renunciar a acudir al cónclave por determinados motivos como la salud. En esta ocasión, dos cardenales electores han renunciado a acudir por esta razón. Son el cardenal arzobispo emérito de Valencia, Antonio Cañizares, y el arzobispo emérito de Vrhbosna (Bosnia y Herzegovina), Vinko Puljic. Esto deja el número de electores en 133, de momento.
Así, el cónclave que previsiblemente se celebrará en mayo estará compuesto en su mayoría por cardenales creados por el papa Francisco antes de su fallecimiento. En concreto, 108 de los electores fueron nombrados por el pontífice jesuita, mientras que 21 provienen del pontificado de Benedicto XVI y cuatro del de Juan Pablo II.
El Colegio Cardenalicio ha cambiado notablemente a lo largo de los siglos. De contar con apenas una veintena de miembros en sus inicios, ha pasado a estar compuesto hoy por 252 cardenales, en paralelo con la expansión global de la Iglesia y el aumento de la esperanza de vida. El papa Pablo VI, impulsor de profundas reformas en la Iglesia, fijó en 120 el número máximo de cardenales electores, límite que fue ratificado por Juan Pablo II. Aunque este umbral se ha superado puntualmente en algunos momentos, nunca ha coincidido un cónclave con más de 120 electores, y ningún papa posterior ha modificado formalmente esa norma. En la práctica, sin embargo, se da por hecho que todos los cardenales con derecho a voto participarían en la elección del sucesor de Francisco, incluso si su número superara el límite establecido.
El primer papa latinoamericano y procedente del sur global ha impulsado una mayor diversidad dentro del Colegio Cardenalicio, históricamente dominado por Europa. Aunque los europeos siguen siendo mayoría —representan un 45 % del total—, los consistorios convocados por Francisco han buscado universalizar la Iglesia, incrementando el número de cardenales provenientes de África, Asia y América del Sur. De cara al próximo cónclave, tendrán derecho a voto 51 europeos, 23 asiáticos, 18 africanos, 17 sudamericanos, 16 norteamericanos, 4 centroamericanos y 4 de Oceanía.
La acción diplomática de Francisco también se ha guiado por la premisa de poner el foco en regiones periféricas y en países del sur global, o en contextos marcados por los conflictos, la pobreza o la existencia de minorías cristianas. Por ejemplo, su visita a Irak en 2021 fue histórica: fue el primer papa en pisar ese país, en un gesto de apoyo a los cristianos perseguidos y de acercamiento al islam chií. Francisco también ha evitado concentrar sus viajes en Europa occidental, tradicionalmente sobrerrepresentada, y ha preferido visitar países como Mozambique, Myanmar, Colombia o Mongolia. Estas decisiones reflejan su deseo de descentralizar la Iglesia y visibilizar realidades ignoradas.
De este modo, el nuevo papa será elegido por uno de los cónclaves con mayor diversidad geográfica de la historia. Cuatro de cada cinco cardenales electores han sido nombrados por Francisco, lo que abre la puerta a candidatos de países periféricos.
Entre los nombres que suenan con más fuerza —los llamados papables, es decir, cardenales con notoriedad y apoyos suficientes para aspirar al pontificado— destacan figuras de América Latina, África y Asia, como el congoleño Fridolin Ambongo, representante del ala conservadora, o el filipino Luis Antonio Tagle, cercano al sector más progresista.
Pese a esto, los candidatos europeos siguen teniendo mucho peso y la continuidad occidental podría encarnarse en perfiles conservadores como el húngaro Péter Erdő, arzobispo de Budapest, o el checo Dominik Duka. En posiciones más intermedias se sitúan figuras como el italiano Pietro Parolin —actual secretario de Estado— o el patriarca latino de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa. Por el ala progresista destacan el francés Jean-Marc Aveline, cercano a Francisco, y el italiano Matteo Zuppi, uno de los nombres más relevantes del catolicismo social en Europa.
Quién es quién en el cónclave
Tagle, Parolin o Zuppi: los cardenales papables y los más influyentes para elegir al nuevo papa .El papa Francisco ha fallecido este lunes de Pascua y con ello ha iniciado su sucesión. En el cónclave
de las próximas semanas, los 135 cardenales electores (ahora 133, tras
la confirmación de la ausencia de dos de ellos por motivos de salud)
votarán por el nuevo jerarca de la Iglesia católica y con ello por
continuar el carácter reformista de Jorge Bergoglio o girar hacia un
pontífice más conservador. Desde que la salud de Francisco comenzó a
empeorar el pasado febrero, los nombres alrededor de su posible sucesor
empezaron a concretarse. Entre ellos hay cardenales con más opciones de
ser elegidos y otros que pueden influir en la votación. El papa
Francisco nombró a cerca del 80% de los actuales cardenales con derecho a
voto, pero eso no garantiza un nuevo pontífice continuista. De hecho, a
Bergoglio lo eligió una mayoría de cardenales nombrados por los
conservadores Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Los candidatos a ser el nuevo papa
En la rama más conservadora hay dos cardenales con más posibilidades de ser el próximo papa: Péter Erdő (72 años), arzobispo de Budapest, y Dominik Duka (81), arzobispo emérito de Praga. Erdo fue nombrado cardenal por Juan Pablo II en 2003 y es conocido por su oposición a que los católicos divorciados o aquellos que se han vuelto a casar reciban la comunión. Sin embargo, mantiene una postura moderada y facilitó el entendimiento entre el papa Francisco y el primer ministro húngaro Viktor Orbán que permitió la visita papal a Hungría en 2023.
Duka fue nombrado cardenal por Benedicto XVI en 2012 y llegó a enviar dubias al papa, es decir, preguntas formales que pretenden limitar la autoridad papal, tras la aprobación de la comunión a los católicos divorciados por parte de Francisco. Una tercera opción es el cardenal congoleño Fridolin Ambongo (65 años): pese a haber sido asesor del papa Francisco, lideró la oposición a la bendición de las parejas del mismo sexo, por lo que tiene apoyos entre los cardenales más conservadores.En la rama más progresista hay dos cardenales nombrados por Bergoglio que pueden sucederlo: el filipino Luis Antonio Tagle (67 años), arzobispo emérito de Manila, y Matteo Zuppi (69), arzobispo de Bolonia. Tagle compartía con el papa preocupaciones como la justicia social o el cambio climático, y defiende una Iglesia más inclusiva. Su origen podría ser una ventaja debido al auge del catolicismo en Asia y la apertura que significó Francisco como primer papa americano, mientras que el catolicismo retrocede en Europa.
Zuppi se caracteriza por su enfoque hacia la paz y la ayuda a los más vulnerables. De hecho, pertenece a la Comunidad de San Egidio, un grupo mediador en conflictos internacionales, habilidades que pueden ser útiles para el papa elegido en el contexto internacional actual. Otro cardenal que continuaría con la tendencia de Francisco sería Jean-Marc Aveline (66 años), arzobispo de Marsella. Francés con infancia en Argelia, su ideología se centra en la migración y el diálogo interreligioso.
También hay candidatos en posiciones más intermedias: los italianos Pietro Parolin (70 años) y Pierbattista Pizzaballa (60) y el sueco Anders Arborelius (75). Parolin es uno de los candidatos con más opciones: fue la mano derecha del papa Francisco como secretario de Estado de la Santa Sede, pero es más moderado, lo que le permitirá conseguir votos del ala conservadora. Pizzaballa destaca como el encargado del Vaticano para los asuntos de Oriente Próximo gracias a su experiencia primero como custodio de Tierra Santa y después como patriarca latino de Jerusalén. Arborelius, de infancia luterana y converso al catolicismo, está a favor de la atención a inmigrantes y refugiados y de fomentar una Iglesia más abierta hacia las mujeres, aunque se opone a la bendición a las parejas homosexuales.
Cardenales capaces de influir en el cónclave
Por otra parte, hay cardenales con capacidad para influir en los prelados electores del cónclave. Es el caso de los mayores opositores a Francisco: el estadounidense Raymond Burke (76 años), el guineano Robert Sarah (79) o el alemán Gerhard Müller (77). Burke es contrario a la comunión para los divorciados y está a favor de una Iglesia tradicional y rígida. Sarah defiende la liturgia tradicional, el catolicismo centrado en la doctrina y mantener la disciplina eclesiástica, y en 2020 publicó un libro en el que defendía el celibato de los sacerdotes. Por su parte, Müller fue relevado como prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe, y en 2023 apoyó las dubias enviadas al papa por cinco cardenales, entre ellos Burke y Sarah.La oposición pública de estos cardenales a las decisiones del papa Francisco ha limitado sus posibilidades de obtener los votos necesarios para convertirse en el nuevo jerarca de la Iglesia católica. Sin embargo, en lugar de ello podrán influir en la decisión de los cardenales electores. Con ello, esa influencia puede favorecer que el próximo pontífice sea al menos más moderado que Francisco o mucho más conservador. Esa vuelta al tradicionalismo, a su vez, entroncaría con el auge de la ultraderecha a nivel internacional.
¿Giro conservador en el Vaticano?
El próximo papá no será tan reformista . El cónclave para suceder al papa Francisco estará marcado por la influencia de sus principales opositores. Es probable que el nuevo pontífice no mantenga o incluso revierta su agenda reformista.
La muerte del papa Francisco ha activado la sucesión y con ello las
preguntas sobre el futuro de la Iglesia católica. ¿Su sucesor continuará
o revertirá su línea reformista? ¿Cambiará el rol internacional de la
institución? Mientras estuvo internado, Jorge Bergoglio no dejó de hacer
gestos desde su habitación de hospital, subrayando la orientación
progresista que quiso dar a su pontificado.
El 14 de febrero, primer día de su ingreso en el hospital Gemelli de
Roma, llamó a la parroquia de la Sagrada Familia en Gaza, como hizo cada
día desde el inicio de la invasión israelí en octubre de 2023. Poco
después, reemplazó al obispo canadiense Jean-Pierre Blais, acusado de
abusos sexuales, y nombró a la monja Raffaella Petrini gobernadora del
Vaticano, el principal cargo de la administración civil del Estado
pontificio, hasta ahora ocupado por un cardenal. Según cuál sea el
resultado del próximo cónclave, podría ser el último nombramiento de una
mujer en un puesto de responsabilidad en la Santa Sede.
Qué esperar del futuro cónclave
Después del fallecimiento de un papa, se declara “sede vacante”. En este
periodo se pone en marcha el cónclave para escoger a su sucesor. Se
trata de una reunión de todos los cardenales con derecho a voto, que son
prelados menores de ochenta años, celebrada entre quince y veinte días
después de la muerte del papa. Es una reunión secreta, durante la cual
los cardenales están aislados del resto del mundo: no tienen acceso a
internet y sólo salen de la Capilla Sixtina para alojarse en la Casa de
Santa Marta. El cónclave dura hasta que un cardenal obtiene dos tercios
de los votos —suelen ser necesarias varias votaciones— y se produce la
famosa “fumata blanca”, que marca la elección de un nuevo pontífice.
Aunque en el siglo XIII un cónclave duró casi tres años, los más
recientes se resolvieron en dos o tres días.
La ultraderecha internacional espera un nuevo papá alineado con sus intereses
El papa Francisco fue una piedra en el zapato para la ultraderecha. Ahora Trump, Meloni, Orbán y compañía aspiran a que la oposición conservadora se imponga en el próximo cónclave. La muerte del papa Francisco abre unas semanas de suspense en la Iglesia católica. No sólo por lo incierto del cónclave,
el proceso en el que se elige el nuevo pontífice, sino porque su
resultado podría acercar a la Santa Sede a la pujante ultraderecha
global. En plena incertidumbre política mundial tras la vuelta al poder
de Donald Trump, el legado de Jorge Bergoglio es progresista dentro de
los estándares del Vaticano. Su atención a la justicia social, la crisis
climática y las migraciones, sumado a cierto aperturismo en cuestiones
de género y diversidad sexual, hicieron del papa una voz incómoda para
los sectores más conservadores.
El Vaticano es un actor clave en las relaciones internacionales y en la política de los países de tradición católica. Lo saben bien los dirigentes ultraderechistas, que ven en la sucesión de Francisco la posibilidad de tener a alguien más cercano a sus intereses al frente de la Santa Sede. Cuando el nuevo papa salga a saludar a la Plaza de San Pedro, sabremos si han surtido efecto las maniobras de los sectores más reaccionarios de la Iglesia católica durante los últimos años para asegurar la elección de un pontífice más conservador.
Una piedra en el zapato para la ultraderecha
La ultraderecha ha terminado de normalizarse en los últimos años:
Giorgia Meloni llegó al poder en Italia en 2022, Javier Milei lo hizo en
Argentina en 2023, la Agrupación Nacional francesa fue la fuerza más
votada en las legislativas de 2024 y Donald Trump volvió a la
presidencia de Estados Unidos en 2025. Sin embargo, el mayor triunfo de
estas corrientes ha sido imponer su agenda a los partidos centristas.
Emmanuel Macron copió en Francia una ley de inmigración de Marine Le Pen, Olaf Scholz impulsó deportaciones masivas en Alemania y el Partido Laborista británico está aplicando políticas antiinmigración. Asimismo, la Comisión Europea ha aprobado una estrategia de competitividad que relega parcialmente el Pacto Verde Europeo, y la OTAN reclama recortes sociales para aumentar el gasto militar.
En este panorama de derechización, el papa Francisco se mantuvo firme en defensa de la justicia social, el medioambiente y las personas migrantes. Por ejemplo, en su reciente libro La esperanza no defrauda nunca, denuncia “un capitalismo cada vez más salvaje”, así como “la subida de alquileres sin control estatal, que en nombre de una supuesta libertad de mercado deja desamparadas a millones de personas”.
Asimismo, el papa argentino defendió la lucha contra el cambio climático. En la exhortación apostólica Laudate Deum
de 2023 afirmó que “la crisis climática no es precisamente un asunto
que interese a los grandes poderes económicos, preocupados por el mayor
rédito posible con el menor costo y en el tiempo más corto que se
pueda”. Francisco también es el defensor más visible en Europa del
derecho a migrar. En 2024 denunció
que “el Mediterráneo se ha convertido en un cementerio” y que “hay
quienes trabajan sistemáticamente por todos los medios para repeler a
los migrantes”. Según la Organización Internacional para las Migraciones, más de 28.000 personas han muerto o desaparecido en el Mediterráneo intentando llegar a Europa desde 2015.
Estos choques se han alternado con gestos de distensión. El ejemplo más llamativo fue la reunión de más de una hora con Milei el pasado febrero. El pontífice también limó asperezas con Orbán, con quien se reunió tanto en Budapest como en el Vaticano, y mantuvo una relación cordial con Meloni pese a sus posiciones opuestas sobre inmigración. Estos gestos, no obstante, hablan del rol del papa como jefe de Estado, no de su postura política, ya que no suavizó el tono de sus declaraciones tras estos encuentros.
Los ultraconservadores, al asalto del Vaticano
La orientación progresista del papado de Francisco le granjeó enemigos dentro y fuera de la Iglesia, cuyo sector más tradicionalista lleva años organizándose para preparar su victoria en el próximo cónclave. Vicenç Lozano, periodista especializado en el Vaticano, describe en su libro Vaticangate (Roca Editorial) un “complot” para manipular la elección del próximo papa que va más allá de la Santa Sede.
El epicentro de la resistencia al papado de Bergoglio, explica Lozano, está en Estados Unidos, donde además de dinero existe una ultraderecha católica fuerte. Allí, organizaciones ultraconservadoras como el Napa Institute reúnen a conocidos opositores de Francisco, como el cardenal alemán Gerhard Müller, el arzobispo Samuel Aquila, de Denver, o el obispo Roberto Morlino, de Madison. También es clave la red de medios de comunicación tradicionalistas, como The Remnant. Un obispo de Texas compartió en 2023 un vídeo de la publicación, donde se llamaba a Francisco “payaso diabólico”, lo que le costó la destitución.
Francisco, estadista y contradictor
Con esas posturas enfrentadas, las relaciones entre Francisco y los líderes ultraderechistas fueron tensas. Milei, entonces candidato presidencial, llamó a su compatriota “representante del Maligno en la Tierra” e “imbécil” por apoyar la justicia fiscal. El relativo aperturismo de Bergoglio en cuestiones de diversidad sexual y de género también fue un trago amargo para Meloni, que prohibió la inscripción conjunta en el Registro Civil de hijos de parejas del mismo sexo, o para Trump, que ha declarado la guerra a las personas trans. De igual manera, el papa intercambió críticas con Marine Le Pen, Matteo Salvini y Viktor Orbán.
El enfrentamiento del papa Francisco con Trump ya venía de lejos. Antes de la primera elección del republicano en 2016, Bergoglio afirmó que “una persona que piensa sólo en hacer muros […] y no en hacer puentes no es cristiano”. Esa hostilidad quedó patente en la foto de la visita de Trump al Vaticano en 2017, en la que el papa posaba con rostro serio y alejado del republicano. Más recientemente, en una carta el pasado febrero a los obispos estadounidenses, Francisco criticó el plan de deportaciones de Trump, a lo que la Casa Blanca respondió que también “hay un muro alrededor del Vaticano
Del papa a los diáconos: así es la jerarquía de la Iglesia católica
La Iglesia católica
es una institución con una jerarquía bien definida, basada en el
derecho canónico y en una tradición que data del siglo IV. El papa es el
líder espiritual de la Iglesia, obispo de Roma y, para los fieles, el
sucesor del apóstol San Pedro. Además, es el jefe de Estado de la Ciudad
del Vaticano.
Actualmente, la Iglesia católica está en proceso de elegir un nuevo papa tras la muerte de Jorge Bergoglio, que bajo el nombre pontificio de Francisco ocupó el cargo desde su nombramiento en 2013 hasta su fallecimiento en abril de 2025. Entre sus funciones como líder espiritual, el papa tiene la responsabilidad de guiar a los católicos en cuestiones de fe y moral, supervisar la enseñanza y práctica religiosa y ejercer la autoridad suprema en los asuntos doctrinales y administrativos de la Iglesia.
Además, él es el encargado de nombrar a los obispos y cardenales, estos últimos serán los que le asesoren en asuntos eclesiásticos y quienes elegirán, en el cónclave, al nuevo pontífice cuando sea necesario.
El camino hasta llegar a ser
pontífice es largo, y pasa por recorrer todos o casi todos los
estamentos de la jerarquía eclesiástica de la Iglesia católica. Así,
Bergoglio empezó siendo laico, el nombre con el que se conoce a los
fieles bautizados, para luego ir ascendiendo hasta ser ordenado obispo. En un sentido estricto, la jerarquía
eclesiástica se refiere únicamente a los tres grados del orden sagrado o
sacramental: diáconos, presbíteros y obispos. Así, los miembros de los tres
estamentos superiores, como arzobispos, cardenales y papa, son, en
realidad, obispos con títulos honoríficos diferenciadores, que
desempeñan un papel clave en la organización del gobierno de la Iglesia
tanto a nivel regional como global. Jorge Bergoglio fue ordenado sacerdote (o presbítero) en 1969. En 1992, el papa Juan Pablo II
lo nombró obispo y posteriormente se convertiría en arzobispo de Buenos
Aires, cargo que ocupó hasta su elección como papa en 2013. Además, en
2001, Juan Pablo II le ordenó cardenal, lo que le permitió participar en
el cónclave de 2005 tras su fallecimiento. En aquella ocasión ya fue
considerado uno de los candidatos al papado, aunque finalmente fue
elegido Benedicto XVI. Tras la renuncia de este en 2013, Bergoglio fue
elegido papa.
Los cardenales se designan en función
de su experiencia y méritos, y tradicionalmente han sido
mayoritariamente italianos y europeos. Sin embargo, desde el pontificado
de Juan Pablo II se ha buscado una mayor diversidad en el Colegio Cardenalicio.
Prueba de ello es que Francisco es el primer papa del hemisferio sur,
aunque la mayor parte de los cardenales continúan hoy siendo del Viejo
Continente. El Colegio Cardenalicio actual, bajo el pontificado del papa Francisco, consta de 252 cardenales,
de los cuales 114 son europeos, 37 de Asia, 36 de América del norte y
central, 32 de América del sur, 29 de África y 4 de Oceanía.
En paralelo a su jerarquía, la Iglesia católica organiza territorialmente a sus fieles en parroquias, lideradas por un párroco, que a su vez pertenecen a una diócesis. Las diócesis están a cargo de un obispo, y aquellas que tienen una importancia histórica o un tamaño considerable se agrupan en archidiócesis, lideradas por un arzobispo.
Las diócesis, junto con las archidiócesis, se agrupan en provincias eclesiásticas, cuyo liderazgo y coordinación están a cargo del arzobispo metropolitano. En España, por ejemplo, hay 14 provincias eclesiásticas y 69 diócesis o archidiócesis territoriales.
Pese a esto, las provincias eclesiásticas no están subordinadas directamente al papa de Roma. La autoridad máxima en ellas es el arzobispo metropolitano, aunque el papa, como líder máximo de los católicos, puede supervisar de manera general y espiritual todas las diócesis y provincias eclesiásticas. Así, su rol como jefe de Estado del Vaticano no incluye en ningún caso la gestión de las provincias eclesiásticas, ya que su autoridad política se limita territorialmente al Estado del que es soberano.
El cargo más bajo dentro del orden sagrado es el de diácono. Su misión principal es el servicio, asistiendo a los sacerdotes y obispos en tareas pastorales y litúrgicas. Aunque no pueden consagrar la eucaristía ni confesar, sí que pueden bautizar, asistir en matrimonios y predicar. Existen dos tipos: diáconos transitorios, que se preparan para el sacerdocio, y diáconos permanentes, que pueden estar o no casados y permanecen en este ministerio de por vida.
Fue en el Concilio Vaticano II (1962 – 1965) cuando se restauró la figura del diácono permanente, permitiendo que hombres casados pudieran ser ordenados diáconos sin aspirar a convertirse en sacerdotes.
Por debajo de los diáconos, están, en el último peldaño de la jerarquía eclesiástica y fuera del clero, los laicos o fieles bautizados. Los fieles consagrados, por su parte, son aquellos que han hecho votos de pobreza, castidad y obediencia dentro de órdenes religiosas (monjes, monjas, abades, frailes…), y que siguen un camino de vida comunitaria y oración sin ser haber sido ordenados.
Los papas que han liderado la Iglesia católica desde la Revolución francesa
En los últimos 250 años, el catolicismo ha vivido profundos cambios políticos, como la desaparición de los Estados Pontificios o la celebración del Concilio Vaticano II.
Durante siglos, el papa fue mucho más
que el líder espiritual de la Iglesia católica: fue un monarca con
territorio propio, ejército y poder político real. Hasta finales del
siglo XIX, de hecho, los distintos papas ejercieron el gobierno de los
Estados Pontificios, que abarcaban buena parte de la franja central de
Italia. Sin embargo, todo empezó a cambiar con la irrupción del
pensamiento ilustrado y la onda expansiva que provocó el estallido de la
Revolución francesa. Con las conquistas de Napoleón,
Pío VI fue depuesto y llevado preso por el emperador francés, marcando
el inicio de una larga transformación que convirtió al Vaticano en lo
que es hoy, un estado sin poder militar pero con gran proyección en la
escena internacional.
Desde el apóstol Pedro, considerado el fundador de la Iglesia católica y su primer papa, han pasado por el trono pontificio 265 sucesores. Francisco, elegido en 2013, ha sido el primero no europeo en ocupar el cargo, un hecho que simboliza uno de los grandes cambios recientes en una institución que durante siglos ha representado la autoridad de Jesucristo en la Tierra. Sin embargo, las transformaciones del papado han sido muchas, afectando no solo a su influencia espiritual, sino también a su poder político, cultural y simbólico.
El cambio más visible es el del poder y las competencias del papa como monarca y líder espiritual. Si el sumo pontífice afianzó su poder sobre los reinos católicos al autoproclamarse como único representante del cristianismo contra la Reforma protestante de 1517, sería también otra corriente de corte liberal la que iba a cercenar su influencia en el siglo XVIII. La ilustración trajo consigo ideas que cuestionaban verdades religiosas, proponían la separación de Iglesia y Estado y consideraban la autoridad eclesiástica como un obstáculo para el progreso. El punto álgido de las ideas ilustradas llegó con la Revolución francesa, cuando se confiscaron los bienes de la Iglesia y se abolió el poder que esta tenía sobre el Estado.
Con la llegada de Napoleón al poder,
las tropas francesas invadieron los Estados Pontificios y proclamaron la
República Romana, arrestando a Pío VI y deportándolo a Francia, donde
moriría siendo preso. La misma suerte acabó corriendo su sucesor, Pío VII,
quien era contrario a que la Iglesia estuviera supeditada al Estado, lo
que provocó que Napoleón también lo arrestara y se anexionara el
Vaticano al Imperio francés.
Con la derrota de Napoleón y después
del Congreso de Viena de 1815, Pío VII recuperó la soberanía de los
Estados Pontificios hasta 1870, cuando la unificación italiana
liderada por Garibaldi acabó con los Estados Pontificios, en ese
momento liderados por Pío IX, y convirtió Roma en la capital de Italia.
Con este fin del poder territorial, el papado quedó reducido a la Ciudad
del Vaticano, despojado del Estado y del ejército. El papa se declaró
entonces “prisionero en el Vaticano” y rompió relaciones con el nuevo
estado italiano.
No sería hasta la dictadura de Benito Mussolini y los pactos de Letrán de 1929 que se definiría el nuevo estatus político del sumo pontífice, de la Ciudad del Vaticano y de su relación con el reino de Italia. Tras casi 60 años de aislamiento, Pío XI firmó los acuerdos que declaraban el Vaticano como un Estado independiente dentro de Italia e impulsaron el nuevo papel diplomático de la Iglesia.
Despojados de su poder territorial, los papas posteriores han ejercido su influencia a través del poder blando que les confiere la Iglesia: sobre sus fieles en todo el mundo y mediante los nuncios, los representantes diplomáticos del Vaticano en el exterior.
En ese nuevo escenario, uno de los papas más destacados del siglo XX fue Juan XXIII, el “papa bueno”, quien convocó el Concilio Vaticano II entre 1962 y 1965, considerado el mayor cambio interno de la Iglesia desde la Reforma protestante. Durante aquella asamblea se aprobaron reformas clave: la celebración de las misas en lenguas nacionales en lugar del latín, el reconocimiento del papel activo de los laicos y la apertura al diálogo con otras religiones y confesiones cristianas.
El siguiente hito en la historia moderna del papado lo marcaría el polaco Juan Pablo II. Primero, por ser el primer papa no italiano en 500 años. Segundo, por ser uno de los papas de la Iglesia católica con mayor influencia geopolítica que se recuerdan. No en vano fue apodado “el papa viajero” y se constituyó en un firme defensor de los valores liberales del bloque occidental durante la Guerra Fría, convirtiéndose en el paladín del conservadurismo.
Entrando en el siglo XXI, destaca la figura de Benedicto XVI, un papa alemán de perfil intelectual que intentó reforzar el papel conservador de la Iglesia frente a un mundo cada vez más secular. Sin embargo, fue muy criticado por su gestión de los escándalos de abusos sexuales dentro de la Iglesia, que salieron con fuerza durante esos años. En 2013 sorprendió al mundo al renunciar al cargo, algo que no ocurría desde hacía siglos, abriendo así una nueva etapa en la historia del papado.Finalmente, la elección de Francisco en 2013, el primer papa no europeo, marcó un antes y un después en la historia del Vaticano rompiendo varios dogmas: fue el primer papa latinoamericano, el primer jesuita y el primero en elegir el nombre de Francisco, en honor a la austeridad de San Francisco de Asís. Su papado ha estado marcado por la defensa de la paz en el mundo, de los derechos de los migrantes o del medio ambiente.
Tras la muerte de Francisco, y con los problemas de abusos sexuales todavía vigentes, el próximo papado dependerá en gran medida del pulso que mantienen los cardenales que promulgan una Iglesia más conservadora, alineada con la extrema derecha global, y los que piden una más abierta e inclusiva. De esta deriva puede depender en buena parte la variación en el número de feligreses y especialmente, de sus países de procedencia.
Durante el siglo XX y lo que llevamos
de XXI, el centro de gravedad de creyentes se ha desplazado hacia el
hemisferio sur, especialmente hacia el África Subsahariana, América
Latina y partes de Asia según datos de la Enciclopedia Mundial
Cristiana. En cambio, las cifras no son tan halagüeñas para la iglesia
europea, donde el número de creyentes ha bajado en los últimos 50 años,
pasando del 37% en 1975 al 32% en 2025.
Cinco películas y una serie para entender el Vaticano
1. Cónclave (Edward Berger, 2024)
Alba: “Pocas películas tienen un timing tan preciso como Cónclave, de Edward Berger, ganadora del Óscar a mejor guion adaptado. Llegó a las salas de cine sólo unos meses antes del fallecimiento del papa Francisco, por lo que es la historia perfecta para conocer el proceso de elección del futuro pontífice. También refleja con precisión las divisiones entre las facciones conservadoras y reformistas de la Iglesia católica, una competición que estará muy presente en este cónclave. Más allá de lo útil que resulta para conocer las lógicas internas del Vaticano, Cónclave nos regala una historia llena de intriga, una fotografía bellísima y una reflexión muy interesante sobre la fe”.
2. The Young Pope (Paolo Sorrentino, 2016)
Alexia: “Antes de Maradona y Silvio, algún genio en HBO convenció a Paolo de dirigir una serie sobre el Vaticano. Pío XII (Lenny, para los muy escasos amigos que tiene) es un papa ultraconservador que está en contra de imprimir su cara en estampitas y cerámicas. Un negacionista de la imagen pop proyectada durante décadas desde la santísima institución cristiana, en plena era de los selfies. Jude Law encarna a un atractivo líder repleto de carisma, existencialismo y traumas, que en una ocasión hasta baila el I’m Sexy and I know it en los Archivos Vaticanos. ¿He olvidado comentar que Javier Cámara está en el reparto?”.
3. Spotlight (Tom McCarthy, 2015)
Alba: “Uno de los principales retos del papado de Francisco fue el problema de los abusos sexuales en el seno de la Iglesia, una de las principales lacras de la institución que seguirá marcando la agenda del Vaticano. Spotlight, ganadora del Óscar a mejor película, aborda esta crisis a través de la historia real de los reporteros del Boston Globe que destaparon en 2002 decenas de casos de pederastia en Massachusetts, encubiertos por la Archidiócesis de Boston. Un relato que denuncia la complicidad de la Iglesia con los agresores y la lucha por hacer justicia”.
4. Los dos papas (Fernando Meirelles, 2019)
Mi recomendación: los papas Benedicto XVI y Francisco encarnan las divisiones de las últimas décadas en la Iglesia católica entre tradición y adaptación, conservadurismo y apertura. Sin embargo, en un mundo cada vez más cambiante, este encuentro antes de la renuncia del pontífice alemán también muestra su preocupación común por el futuro de la institución. El reflejo es una discusión cercana con humor y viajes al pasado entre dos líderes interpretados nada menos que Anthony Hopkins y Jonathan Pryce.
5. El padrino III (Francis Ford Coppola, 1990)
Blas: “La muerte de Juan Pablo I tras apenas 33 días de papado y el escándalo del Banco Vaticano a principios de los años ochenta, ambos eventos reales, no sólo trufan el argumento de El padrino III. También sirven para exponer los que probablemente sean los pasajes más convulsos de la Santa Sede en su historia reciente, coincidiendo con los años de plomo en Italia. Una época de ebullición política en cuyos entresijos participaron la Iglesia, la mafia —Michael Corleone haciendo negocios inmobiliarios con el Vaticano—, los servicios secretos internacionales o, incluso, famosas logias masónicas”.
6. Ángeles y demonios (Ron Howard, 2009)
Celia: “Aunque basada en una trama claramente ficticia esta adaptación de la novela de Dan Brown ofrece una representación visualmente sugerente del Vaticano y de sus ceremonias más solemnes. La historia, protagonizada por el profesor Robert Langdon, arranca con la muerte del papa y el inicio de un nuevo cónclave, en medio de una supuesta amenaza de los Illuminati. Más allá del componente conspirativo, la película permite al espectador asomarse a los rituales del periodo de sede vacante, al papel del camarlengo y a escenarios icónicos como la Capilla Sixtina, los Archivos Vaticanos o la Plaza de San Pedro”.
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